Tres semanas han pasado desde la primera acampada de estudiantes en la Universidad de Columbia protestando por la guerra de Israel en Gaza. Los mismos en los que no han cesado los ataques israelíes al sur de la franja, como parte del asedio sobre la ciudad de Rafah, cuyos atemorizados habitantes, junto con cientos de miles de refugiados, desplazados y atrapados, han sido puestos sobre aviso para evacuar de inmediato, ante la ofensiva israelí ya iniciada. Paralelamente, han proseguido las negociaciones entre Hamás e Israel, con la mediación de Qatar, Egipto y Estados Unidos, para alcanzar una tregua temporal que permita un cese de hostilidades y la entrega de rehenes israelíes a cambio de prisioneros palestinos. Dadas las enormes dificultades y presiones de los mediadores y las objeciones constantes de Israel, la aceptación y concreción de una tregua es sumamente incierta por parte del gobierno de Netanyahu. Éste ha dejado en claro que aun si se llegara a concretar, su poderoso ejército proseguirá a cumplir con los objetivos trazados y no aceptará condicionar ninguna decisión política y/o militar a presiones, acuerdos o negociaciones internacionales. Hamás busca conseguir un cese al fuego definitivo, salvaguardar su posición como parte negociadora y asegurar el ingreso ininterrumpido de ayuda humanitaria suficiente.
Simultáneamente se han multiplicado los campamentos y protestas estudiantiles en una centena de universidades privadas y públicas estadounidenses, las cuales han sido enfrentadas por las fuerzas policíacas para proceder con su desalojo, a solicitud expresa de las autoridades universitarias. Éstas, en un principio, trataron de resolverlas y equilibrar el respeto al derecho a manifestarse, a ejercer la libertad de expresión, a realizar protestas pacíficas, y, por otra parte, atender la necesidad urgente de denuncias de violencia, desmanes, discursos de odio y expresiones antisemitas. No lo consiguieron, debiendo entonces imponer la ley y el orden, unos cuantos días antes de los exámenes del fin del año académico y las ceremonias de graduación. 2 400 personas han sido arrestadas en los campus universitarios.
Israel ha rechazado frontalmente las protestas volviendo a afirmar -con una credibilidad muy cuestionada- que no participa en un apartheid y que sus ataques en Gaza no constituyen un genocidio, como miles de jóvenes creen y proclaman. Las protestas estudiantiles propalestinas ya se han extendido a Canadá, Francia, Reino Unido, Australia, Suiza, Alemania, Italia, España, y también a México. Los gobiernos intentan controlar y desactivar las protestas antes de que las movilizaciones populares se amplíen, se generalicen en las instituciones educativas y alcancen una escala y proyección global.
La dimensión político electoral de las protestas estudiantiles amenaza de manera directa y grave con debilitar, aún más, el apoyo que los demócratas esperan de decenas de miles de votantes jóvenes, de entre 18 y 29 años, tanto de clase media y alta en las ciudades, como de jóvenes afroamericanos, musulmanes e hispanos, reduciendo las posibilidades de reelección de Biden. Por ello el presidente ha debido ser explícito al señalar que "la protesta violenta no está protegida... ni el vandalismo, el desorden, el allanamiento de morada, el cierre de campus, la cancelación de clases y graduaciones … [tampoco] hay lugar en Estados Unidos para el antisemitismo o las amenazas de violencia contra los estudiantes judíos, para la islamofobia y la discriminación en contra de árabes y palestinos estadounidenses".
Miembros, simpatizantes, congresistas, alcaldes y dirigentes del Partido Demócrata están muy divididos. Unos insisten en que Israel está interfiriendo en la entrega de la ayuda humanitaria en Gaza, restringiéndola, lo que viola la Ley de Asistencia Exterior, para destacar que la ayuda militar y el respaldo político y diplomático no deben ser incondicionales, ni constituyen un "cheque en blanco". Otros señalan que, no debe arriesgarse el crucial voto de los judíos estadounidenses que en su mayoría (70%) favorecen a los demócratas, con todo lo que ello entraña dada la tremenda fuerza, poder e influencia del lobby judío, las empresas, capitales e intereses que van más allá del conglomerado industrial militar, los medios de comunicación y el sector de la defensa, poniendo en tela de juicio la elegibilidad de la ayuda militar para garantizar la seguridad del Estado de Israel, la cual necesariamente debe vincularse con la ayuda humanitaria, con un sentido de congruencia moral.
Muchos estadounidenses, con razón, creen que Netanyahu no prestará atención a los desideratums estadounidenses, proseguirá con la ofensiva en Rafah, se saldrá con la suya, seguirá imponiéndose en los hechos sobre Washington, en espera que Trump llegue a la Casa Blanca.
Biden tiene el reto formidable de mantener una posición que no polarice aún más a los sectores progresistas de su partido. Una que retenga el apoyo de los moderados y conserve el voto tradicional demócrata, Una posición que demuestre ser efectivamente firme, en consonancia con el amplio apoyo popular bipartidista en favor de Israel, que al mismo tiempo le permita presionar de manera eficaz al actual gobierno de coalición israelí para que acepte ahora, no después, un cese al fuego temporal, que permita empezar a poner fin a la guerra, desactivar las protestas en Estados Unidos y en el mundo, las cuales seguirán creciendo en favor de la causa y los derechos inalienables de los palestinos y apoyan el establecimiento de un Estado de Palestina, rescatar a los rehenes sobrevivientes, coartar y desbancar a Netanyahu y conseguir la entrada masiva de ayuda, evitando que el movimiento estudiantil se convierta en uno de dimensiones similares a la protestas contra la guerra de Vietnam.
@JAlvarezFuentes