Hace un año le entregué a la amada eterna el último regalo del Día de la Madre que de mis manos habría de recibir: la madre muerte se la llevó días después. En la tarjeta que acompañaba a aquel obsequio le puse estas palabras: “De tu hijo número cinco”.
Cuatro tuvimos, de los cuales fue madre amorosa. Pero igualmente recibí de ella cuidados maternales. Me llevó de la mano por la vida como se lleva a un niño. Sin su guía habría extraviado mil veces el camino.
Nadie podrá decir de mí que nunca tuve madre, pues cuatro hubo en mi vida. Primero la que me trajo al mundo. De ella aprendí el amor a la belleza. Luego mi abuela, mamá Lata, que me enseñó el catecismo de Ripalda. En seguida la madre de mi esposa. Trabajo me cuesta darle el nombre de suegra, pues fue también madre para mí. Por ella supe de la fe y la conformidad con los designios del Misterio. Y la mujer amada, madre de este hombre que nunca ha dejado de ser niño. Fue para mí el amor pleno. Su muerte me hizo viudo, pero me hizo también huérfano.
Este día evoco a las cuatro madres que en mi vida tuve. Sin ellas el mundo es menos mundo. Sin ellas yo soy menos yo. ¡Hasta mañana!...