Aquella noche de julio saqué a mi hijo de su cuna -tenía tres meses de nacido- y lo llevé frente a la pantalla del televisor que en blanco y negro mostraba la extraordinaria imagen del hombre que pisaba la superficie de la Luna. Quería yo que mi pequeño compartiera en alguna forma esa proeza.
En nada cambió el mundo después de aquella hazaña. Pienso que el descubrimiento de América tampoco cambió la vida de los aldeanos en Europa. Hoy, sin embargo, los dos continentes, viejo y nuevo, están muy cerca, y en la vida de todos los humanos hay vinculación.
Me pregunto si alguna vez el espacio que hoy vemos tan remoto será como un nuevo continente que se nos acercará. Lo dijo Shakesperare: hay en los cielos y la tierra más prodigios que aquellos que alcanzamos siquiera a imaginar.
No los veremos ya nosotros, pero sucederán.
Y quizá quienes vengan después de nosotros conocerán en el mundo una paz que nosotros no hemos conocido.
¡Hasta mañana!...