Me mirabas, Terry, amado perro mío, y en tus ojos estaba toda la bondad de Dios.
Sé que jamás te merecí. Ningún hombre merece a su perro. Ni siquiera tengo derecho a soñarte como la otra noche te soñé, ángel en vuelo por entre las nubes con tus grandes orejas de cocker spaniel a manera de alas y tu jubiloso rabo en alegre meneo sobre el mundo.
¿Me sueñas tú, Terry? Si me sueñas hazme la caridad de soñarme caritativamente. Haz como que no miras mis defectos, y cierra los ojos ante mis mezquindades. Compréndeme y tenme compasión. Recuerda que soy hombre, no perro.
Cuando llegaste a nuestra casa fue como si a ella hubiera llegado un pedacito de la gloria que se promete a los bienaventurados. Bienaventurado seas, Terry, por haber sido perro y no hombre.
¡Hasta mañana!...