Al terminar el juego de futbol se formó una gran apretura en el corredor de salida. El marido se puso delante de su esposa para irle abriendo paso. Ella se quejó: “Viejo, acá atrás me vienen agarrando las pompas”. “No te apures viejita -la tranquilizó el sujeto-. Yo acá adelante me vengo desquitando”.
En muchas ciudades del país se formaron igualmente largas filas de ciudadanas y ciudadanos deseosos de obtener su credencial de elector. Aunque muchos de ellos hayan incurrido en el mal hábito llamado procrastinación, consistente en dejar para mañana lo que puede hacerse hoy, lo cierto es que el hecho de que los electores hayan concurrido en elevado número a solicitar ese importante documento, indispensable para votar, es muestra del interés que existe en la ciudadanía por participar en los diversos procesos electorales del próximo junio, especialmente en la elección presidencial.
Muchos consideran que el mayor enemigo que la democracia tiene en el país es López Obrador. Ciertamente el cacique de la 4T ha atentado en muchas maneras contra el ejercicio democrático. Ha atacado sistemáticamente al órgano electoral, y se ha empeñado en quitarle su carácter ciudadano para hacer de él, otra vez, un instrumento del Estado. Igual hostilidad ha mostrado a la Suprema Corte y a los organismos autónomos que no han caído bajo su dominación. Hostiga a sus críticos; los califica con adjetivos denostosos y aun en ocasiones los difama. Su régimen es claramente autocrático, y aunque dice haber entregado ya el bastón de mando es evidente su intención de seguir ejerciendo el poder más allá del término de su sexenio. Quien vote por la señora Sheinbaum estará en realidad votando otra vez por López Obrador.
Y sin embargo AMLO no es el peor enemigo que la democracia tiene. El enemigo mayor es el abstencionismo, la apatía de quienes no acuden a votar por desinterés en los asuntos de la vida cívica o por pura negligencia. El hecho de que numerosos mexicanos hayan buscado obtener o actualizar su credencial de elector es una señal esperanzadora. Para vencer a la imposición es necesario primero vencer a la abstención.
Grande fue la sorpresa de la esposa cuando al entrar en la alcoba vio a su marido en el lecho conyugal acompañado por una despampanante morenaza de undosa cabellera bruna, enhiesto busto, poderoso caderamen y bien torneadas piernas. Antes de que la estupefacta señora pudiera articular palabra le dijo en tono alegre su alocado cónyuge: “¡Querida! ¡Te presento a mi propósito de Año Nuevo!”. Don Sinople, rico señor, es coleccionista de arte. Su mucama le comentó, desdeñosa, a una amiga: “Mi patrón es un mentiroso. Dice que tiene un Picasso, y tiene un piquillo así”. Aquel señor pasó a mejor vida. En sus exequias la viuda gemía, inconsolable: “¿Cómo voy a llenar el hueco que dejó mi amado esposo?”. Un compadre del difunto, achispado seguramente por las libaciones que todavía en algunas regiones acompañan a los velorios, le preguntó, obsequioso, a la mujer: “¿Se admiten sugerencias, comadrita?”. Un intelectual le comentó a otro: “Vi una película de la nueva ola. Trata de un hombre y una mujer que después de hacer el amor.”. El otro lo interrumpió. “Si son un hombre y una mujer los que hacen el amor, entonces no es una película de la nueva ola”. Los recién casados llegaron a registrarse en el hotel dónde pasarían su noche nupcial. El novio le preguntó al encargado de la recepción: “¿Cuánto es?”. Le informó el empleado: “Mil pesos por cada uno”. El muchacho le entregó 2 mil pesos. Y la muchacha se afligió: “¿Nada más van a ser dos?”. FIN.