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"Mi fragancia me recuerda a una mañana primaveral italiana después de la lluvia, naranjas, limones, pomelos, bergamota, cedrat y a las flores de mi país natal", Juan Maria Farina, 1708.
¿Creen ustedes que es posible crear el aroma de una mañana primaveral después de la lluvia?, ¿y guardar esa fragancia para llevarlo a todos los rincones de Europa?, ¿se pueden transportar aromas de limones, naranjas, flor de azahar? Todo esto lo hizo un italiano que llegó a Colonia alrededor de 1700.
En esos días Colonia era una ciudad sucia, con estrechos callejones húmedos, llenos de lodo y estiércol. Y aunque ya había perfumes y aguas admirables o milagrosas, la fragancia de Juan Maria Farina (1685-1766) causó revuelo en la nobleza.
En esa época el francés era el idioma de la aristocracia mientras que el alemán era considerado un dialecto, por eso Farina bautiza su fragancia con el inolvidable Eau de Cologne (Agua original de Colonia) en honor a la ciudad alemana. Desde entonces Colonia adquirió fama mundial, ya que su Agua se extendió por todas las monarquías europeas y otros rincones del orbe.
La fábrica de perfumes más antigua del mundo está en Colonia, y se puede visitar el Museo Farina Haus para conocer el origen de la fragancia y su fundador.
Farina, hábilmente presentaba su perfume con una charla acompañada de frutas y vino blanco en una sala cubierta de gobelinos, sillas aterciopeladas y una atmósfera agradable para convencer hasta el más exigente de los clientes.
Me cautivó ver un elegante mueble perfumero que se transforma (como arte de magia) en una cómoda maleta. Me imagino a Juan Maria quitar los tornillos del mueble para plegarlo y convertirlo en una maleta, llena de diminutos frascos que al abrirlos desprenden un aroma que envuelve de pronto en campos de naranjos, limones, azahares y lavandas.
En el sótano de la casa-museo admiro los antiguos frascos de 1700, unos botellones robustos de vidrio verde, con los que se podían recorrer grandes distancias, ya que eran envueltos como las botellas de champaña (en cajas de madera, con una red protegiendo el frasco de la luz y un corcho a presión) . Estos frascos perfumeros viajaban en carretas por senderos accidentados, semanas y semanas enteras hasta llegar a su destino. Farina visitaba a sus clientes, recorriendo los caminos a caballo y él mismo firmaba, dedicaba y sellaba las etiquetas de su fragancia, su logotipo es un tulipán rojo enmarcado con su seductora firma. El perfume se convierte en un artículo de primera necesidad en las cortes europeas y en la siempre ociosa aristocracia, los bailes en los palacios y a la suntuosidad, a la sensualidad en el arte, la música, los caprichos arquitectónicos, es el esplendor del período rococó. Un aroma distinto a lo que se conocía entonces, no tenía comparación alguna, tan refrescante que avivaba la imaginación. La diferencia entre un perfume reside en que éste tiene del 10% al 15% de concentración de la esencia diluida en alcohol etílico de 90º. En cambio, el Agua de Colonia, tiene del 3 al 5 % de esencia.
Mozart también fue uno de los selectos clientes de la farinomanía y no me sorprende que junto con los encajes, la polveada peluca y su elegante traje también usara Agua de Colonia. Posteriormente, Napoleón Bonaparte hace un decreto mediante el cual no podían mantenerse en secreto las fórmulas de medicinas, jarabes, remedios y perfumes. Fue así que el Agua de Colonia del italiano tuvo muchos imitadores y se convirtió en un genérico. Actualmente la octava generación de la familia Farina continúa fabricando esta fragancia.
Algunos de sus clientes fueron: Luis XV, Rey de Francia, en 1745 ; Fernando VI Rey de España, en 1758 ; Voltaire; Gustav IV Rey de Suecia; Napoleón Bonaparte, en 1804 ; Emperatriz Maria Luisa en 1811 ; Zar Alejandro I de Rusia en 1815 ; Don Luis Rey de Portugal en 1866 ; Thomas Mann, en 1921 y así sucesivamente: Indira Gandhi, en 1969 ; Princesa Diana, en 1987; Bill Clinton, en 1999.
Mi ciudad a diferencia de la lluvia primaveral que evoca Farina, huele a tierra agrietada, calor, cerros grises, humo de camión de ruta, gorditas de harina, bugambilias, palmeras y cactus, ese es el nostálgico perfume de mi imaginaria Eau de Torreón. Esa sería la fragancia que yo le pediría al mítico perfumero.