EDITORIAL

Postpandemia

Yamil Darwich

Cuando nos permitieron dejar de utilizar el cubre boca -opción personal- me compartieron "La Palabra Desencadenada", de José María Rodríguez Olaizola, ministro católico español, quien escribió su experiencia durante los primeros meses de la epidemia del COVID.

Ahora, que la epidemia está controlada, declaración de la OMS, les comparto comentarios sobre el texto, ampliamente recomendado.

Comparte desde su plataforma digital reflexiones de lo acontecido en España, durante el encierro obligatorio y, en sus páginas, leemos reflexiones de visitantes y presentadores, hechas durante las sesiones compartidas gratuitamente entre los cibernéticos interesados.

En todo el tiempo de la cuarentena hubimos de enfrentar la fragilidad humana que se resaltó ante la pandemia; el reto del mejor comportamiento personal y el encuentro con familiares del primer círculo, en un encierro hogareño que nos obligó a sostener un contacto estrecho y prolongado entre unos y otros.

Empecemos por reconocer que, a pesar de lo ufanos que nos mostramos ante los avances científicos y tecnológicos, -particularmente en el campo médico- debimos someternos a los virus y, temerosos, mantenernos en lo posible resguardados en casa, temiendo por nuestra salud y vida, incluyendo la de los seres queridos; sentimos el dolor por la muerte de aquellos que enfermaron gravemente: familiares, conocidos o compañeros de trabajo, quienes antes de la llegada de la pandemia se veían como seres rebosantes de salud; padecimos la ansiedad de saber del avance de la enfermedad en el mundo y los fracasos iniciales en los intentos de encontrar las fórmulas para elaborar vacunas.

Sirvió para dimensionar quienes somos los humanos, sobrevalorados, cargados de vanidad, frágiles ante la virulencia y sus consecuencias posteriores.

En ese entorno, todos debimos valorar lo que poseemos y hemos descuidado: el amor de la pareja, los hijos y sus necesidades afectivas, los otros familiares y amigos, -entonces alejados físicamente- la tranquilidad y, entre todo, la libertad de hacer y deshacer como era nuestra costumbre, deambulando libremente, visitar o compartir un café con otros parroquianos, poder asistir a lugares de esparcimiento: sentirnos libres.

Aunque la mayoría dimensionamos y soportamos el COVID, otros dejamos brotar nuestro lado negativo: discutiendo y hasta peleando físicamente con los compañeros de encierro; castigando o amenazando a los menores que están entregados en custodia y a nuestro cargo; los más débiles emocionales deprimiéndose, algunos profundamente.

Pudimos redimensionar nuestra espiritualidad -religiosa o no- y algunos más encontramos fortaleza en la fe; tuvimos la oportunidad de reflexionar profundamente sobre actuaciones, preguntas y respuestas sobre nuestro actuar cotidiano, el trato dado a otras personas y quizá hicimos compromisos íntimos y personales de mejorar nuestro desempeño como humanos y hasta solucionar desencuentros. ¿Cómo vamos con eso?

En nuestro encierro y preocupados por la salud, vivimos la ansiedad por las responsabilidades en nuestro trabajo y el necesario ingreso económico; los más capacitados tecnológicamente adaptándose al cambio y trabajando a distancia, continuando productivos, caso de profesores y estudiantes, administradores y profesionistas varios.

Aquellos que debieron salir de los cercos de protección establecidos para enfrentar al bicho, lo hicieron exponiendo su salud, hasta la vida por el contacto estrecho con los enfermos. Ellos no tuvieron opción, debieron cumplir con sus obligaciones laborales.

Especial reconocimiento al personal de salud: médicos, enfermeros, auxiliares todo tipo, quienes, a sabiendas del riesgo de contagio, diariamente asistían a consultorios y hospitales… y no fueron pocos los fallecidos, todos héroes que inicialmente fueron ofendidos, luego demagógicamente reconocidos; algunos, al dejar de tener utilidad fueron despedidos por ser "innecesarios sus servicios al Estado". Después, lo censurable: sus puestos ocupados por extranjeros, otros pobres esclavos del populismo.

Hoy día, la epidemia ha sido controlada; el coronavirus nos está dando un descanso -recuerde que llegó para quedarse- y hemos retomado nuestra cotidianidad en un mundo que cambio, al que deberemos adaptarnos lo más rápido posible.

Luego de dos años de encierro nos quedan dos alternativas: olvidamos y regresamos a lo mismo o mejoramos buscando acrecentar la propia calidad humana.

Tenemos la rarísima "segunda oportunidad" para lograr felicidad en casa, con nuestros familiares; mejorar las relaciones de trabajo y con los amigos; hasta rescatar relaciones personales perdidas.

Lo invito a reflexionar sobre lo que creíamos tener perdido, más allá de lo material, envolviéndonos en una profunda reflexión personal y espiritual; mejor aún, compartiendo, dialogando con los demás.

También nos queda la responsabilidad de cuidar y cuidarnos; ser solidarios y cumplir con las indicaciones de protección de la salud y hasta subsidiarios con quienes necesitan de nuestro apoyo.

Acerquémonos y apliquemos aprendizajes con el prójimo, acciones que nos hacen mejores personas.

Le transcribo una estrofa poética de José María: "Con los otros, igual de frágiles/ igual de fuertes/ igual de humanos/ haremos surcos/ en la tierra fértil/ para seguir sembrando/ un evangelio de carne y hueso/ regado con los anhelos más hondos/ y crecerá, imparable la vida".

¿Acepta reflexionar?

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Escrito en: encierro, nuestra, igual, personal

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