EDITORIAL

Saber para ignorar

ÁTICO

Soñé que me presentaba ante un gurú al que había buscado durante años. A cada visitante se le concedía una pregunta; cuando llegó mi turno dije: "Maestro, ¿para qué sirve leer?". Con una sonrisa respondió: "Para leer menos".

Desperté con esa inquietud en la cabeza.

No cabe duda de que el alimento más importante del desayuno es la incertidumbre. Los sueños se disuelven en el té o el café y nos urge estar en otro sitio. En ningún otro momento se mastica tan de prisa. El cereal se inventó para comer cuando se hace tarde.

En las inciertas consideraciones del desayuno entendí mi sueño del siguiente modo. Si la lectura es una asimilación del conocimiento, mientras más se avanza en esa tarea menos queda por leer. Pasar la página hace que queden menos páginas pendientes.

Pero está visto que sacar conclusiones a las ocho de la mañana es tan nocivo como desayunar con Coca-Cola. John Lennon señaló que la vida es lo que sucede mientras hacemos otras cosas, lo cual se confirma cuando le untas mermelada al pan sin darte cuenta.

Aún debía descifrar el mensaje onírico. El Maestro había hablado como si pronunciara un koan del budismo zen. A los pocos días, esa reflexión sobre la lectura se aclaró, precisamente, gracias a un libro.

Para celebrar que Edgar Morin llegó a los 101 en perfecto estado de lucidez, leí una de sus obras más personales: En carne viva. A los 41 años, el sociólogo pasó por una enfermedad que lo mantuvo en cama durante meses. A partir de entonces comenzó a llevar apuntes. Corría el año de 1968, que convulsionó a la izquierda francesa, en la que él participaba activamente, y su vida privada no era menos turbulenta. Para paliar su vacío interior y la pérdida de referentes políticos, se refugió en el trabajo. Dirigía una revista y dos centros de estudio. La aparente profundidad de esas tareas representaba un escapismo. Morin podía disertar sobre la humanidad, pero carecía de brújula en su interior. La enfermedad llegó en su auxilio y lo obligó a reconsiderar sus prioridades. Mientras convalecía, llevó un diario. Al modo de Montaigne se "ensayó" a sí mismo y quiso pasarse en limpio. El resultado fue una obra tan honesta que le dio vergüenza; durante cinco años la guardó en un cajón hasta que entendió con valentía que la fuerza de esas ideas provenía de la fragilidad que las había hecho posibles.

Al hablar de su vida íntima, Morin alude a la forma en que escribe y lee. Pocas ocupaciones son más personales para él. Camina redactando una página y dialoga sin parar con sus autores de cabecera.

La enfermedad lo sorprendió en Estados Unidos, de modo que pasó un tiempo en el hospital Mount Sinai de Nueva York. Sin que pudiera recordar cómo, ahí dio con una cita de T. S. Eliot que reformuló de la siguiente manera: "¿Qué sabiduría perdemos con el conocimiento, qué conocimiento perdemos con la información?".

Al leer esta frase, entendí lo que el Maestro me había querido decir en sueños. La lectura no sirve para incrementar conocimientos con un criterio acumulativo, sino para aprender a discriminar entre una cosa y otra, para distinguir lo que vale la pena. Nadie puede dominar bibliotecas enteras; lo que ignoramos siempre es muy superior a lo que asimilamos, limitación que se ha recrudecido en tiempos de la realidad virtual. ¿Cómo orientarse en ese océano de datos?

Los métodos de "lectura dinámica" o "lectura fácil" permiten captar la información básica en el lenguaje. La lectura literaria, en cambio, descifra las alusiones, los valores entendidos, la intención del texto. El orden de las palabras define la personalidad del autor.

Quien dispone de adiestramiento literario distingue mejor lo que debe revisar en redes. Lo decisivo no es abarcar más, sino advertir lo que no debes abarcar. La sabiduría depende menos de lo que se adquiere que de lo que se sabe descartar.

Discriminar entre un texto y otro no es sólo un asunto de calidad. Hay grandes autores que no son para ti. El hecho de que Nabokov despreciara a Dostoievski no rebaja a ninguno de los dos; simplemente señala que al primero no le convenía el segundo, y que tuvo el valor de hacerlo a un lado.

El exceso de información dificulta el razonamiento y el exceso de reflexiones la sabiduría. Hay que escoger. Ninguna posesión supera a la renuncia eficaz. Bien entendida, la cultura es un instrumento para ignorar con conocimiento de causa.

El Maestro del sueño tenía razón: leer ayuda a leer menos.

Escrito en: lectura, leer, Maestro, enfermedad

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