EDITORIAL

La inútil furia

Federico Reyes Heroles

ienen explicación los episodios? Explicación sí, justificación no. Cada vez son más frecuentes. Irritación, ánimo colérico, furia. La frustración está detrás.

En la mitología griega se le atribuía a los dioses. Provocar su furia conducía a la devastación: nada podía contra ella. También a la naturaleza, el mar encerraba furia. De ciertas razas de perros se sabe pueden ser furiosos en sus ataques, como los lobos, son fieras. En El sonido y la furia, de W. Faulkner, se retrata a un odio guardado que hará erupción. Muchas películas se han titulado así Furia, la primera dirigida por Fritz Lang con Spencer Tracy. La furia alude entonces a un estado de pérdida de control por algo que escapa a nuestros deseos u obsesiones. Los niños enfurecen por un gol. Evitar sus arranques de furia ha recibido la atención de grandes pedagogos. Contenerla es uno de los objetivos permanentes de todo proceso de civilización. Atrapadas por la furia, las personas se vuelven bestias.

Si eso aplica a los seres humanos comunes, imaginemos lo que puede ocasionar en los poderosos. La furia en un gobernante es, por supuesto, indebida, pero aún peor, peligrosa. Los ataques de furia invadieron siempre a Hitler, se agravaron frente a la derrota. Perdió la cabeza y a gritos trató de detener la realidad. Hacía tiempo que no escuchaba. El Tercer Reich se colapsaba.

Desde el inicio de la actual gestión muchos simpatizantes o simples profesionistas, advirtieron de los riesgos de algunas de las principales políticas públicas: la energética por anacrónica, costosa e inviable; las consecuencias de la caída en la inversión pública; los riesgos de acabar con los fondos - "guardaditos"- que llevó décadas consolidar; la necesidad de generar un ambiente de certidumbre para los inversionistas; los altísimos costos de las permanentes amenazas a múltiples sectores; la brutal insensibilidad frente a las demandas de las mujeres, a las necesidades de la infancia, de los niños enfermos. La locuacidad en la política exterior y, por supuesto, los riesgos de la militarización. Carlos Urzúa, primer secretario de Hacienda, un economista de primera y centrado, lo ha declarado: no me hicieron caso. Perdió y salió con dignidad.

Pero la realidad es terca y ya nos alcanzó. No que un colapso económico esté a la vuelta de la esquina. Gracias a las galopantes exportaciones resultado del TLC, gracias al doloroso crecimiento de las remesas, gracias a la flotación del peso y a la independencia de Banxico, gracias a los candados derivados del nuevo T-MEC, el colapso no pareciera estar en el horizonte inmediato, repito inmediato. Pero más allá de los equilibrios monetarios y financieros, el fracaso social es muy doloroso. La movilidad regresiva, es decir millones de familias que han perdido capacidad económica; el deterioro del sistema de salud destrozado sin explicación, por un acto reflejo, que ahora recibe terapia intensiva; la escasez crónica de medicinas y sus secuelas en niños (vacunación), en personas con padecimientos psiquiátricos, en enfermedades crónicas no atendidas; el "alebrije" del nuevo modelo educativo basado en una esotérica e inasible sabiduría comunitaria; la inseguridad que cada día conquista nuevos territorios; el desprestigio internacional, basta con revisar The Economist de esta semana o los múltiples señalamientos de organismos internacionales. Como aderezo, los escándalos de los hijos. Ya son historia.

Pero la furia en nada ayuda, al contrario. Advertir o amenazar a los pensionados de votar por Morena para no perder sus beneficios, es un acto adelantado de campaña. Gritar a los reporteros por la contaminación de Cadereyta, es grotesco; retar al diputado Creel a acompañarlo para destazar la Corte, es demencial; hablar de un "Plan C" para aplastar electoralmente en el 2024 y así vencer, es fantasioso.

La furia devora todo, el poder incluido. Puede ser la esencia opositora: sensatez. Decenas de millones la añoran.

Escrito en: furia, gracias, riesgos, niños

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