EDITORIAL

La era digital es una trampa

Yohan Uribe Jiménez

Mucho se puede decir sobre el exceso de información que tenemos en la actualidad. Que la mayor parte del contenido que circula por la autopista del internet es falso, tendencioso, inútil. Que al mundo ya no le cabe un tiktoker más. Sabemos que ser influencer no sólo no es una profesión, sino que no alcanza siquiera el rango de oficio. Y aún así, en buena medida, los responsables de que esa vergonzosa vorágine nos absorba y arrebate el valioso tiempo que antes dedicábamos a otras cosas, somos nosotros, los usuarios.

Compartimos cuanta cosa nos llega y la distribuimos de manera gratuita en redes sociales y grupos de mensajería como si nos pagaran por hacerlo. Por puro morbo. Por el placer de contribuir a una era contradictoria. Nunca la humanidad había tenido al alcance de la mano tanta información y al mismo tiempo nunca había estado tan desinformada. Y lo peor es que los análisis de consumo de datos nos dicen que para ello no hay edad. Que el rango de población que cuenta con un dispositivo, internet y acceso a redes aumenta y supera los 60 años de edad, esto termina con el mito de que es un problema de los jóvenes.

Los modelos de identidad cambiaron. El anciano de hoy que cuando niño soñaba ser bombero ve clausurar el último suspiro de una generación que alcanzó la desaparecida figura de la jubilación. El adulto que quería ser futbolista hoy transita con sus hijos que ven más importante abrir su canal de YouTube que estudiar una carrera universitaria. Los manuales fueron remplazados por tutoriales y aprendimos a juzgar sin siquiera conocer el objeto de nuestro juicio. Y lo peor del caso es que no se vaticina quien nos proponga una dieta contra la mentira.

La era digital se ha convertido en una trampa. Y como de costumbre los adultos pedimos a nuestros hijos no hacer lo que nosotros sí. Nunca hemos predicado con el ejemplo. Pedimos que nuestros niños lean, pero ellos pueden argumentar que si eso fuera interesante, divertido o importante verían a sus padres hacerlo. Y lo que ven es adultos que no toman un libro ni por accidente, pero si se pierden en la pantalla de su teléfono mientras la vida les pasa por un lado. Ahora es más fácil comunicarnos por medio del grupo de mensajería "familia", que en una caminata o juego de mesa.

Se calcula que más de 25 millones de personas trabajan como influencers en el mundo, que la profesión del Siglo XXI mueve un mercado que supera los tres mil millones de dólares y revolucionó tajantemente el mercado de la publicidad. Una burbuja que los propios economistas saben que en cualquier momento puede explotar, pero que es mejor obviar mientras el mercado de los likes siga infando la vanidad de la humanidad adicta al teléfono. Aunque eso ni siquiera le garantice a un cliente una venta segura. Los influencers infectaron el mercado, las ventas y hasta la forma de ver la política.

Leer pasó de ser un acto exótico a ser un acto de resistencia. En esta guerra de la información vemos a diario caer revistas, periódicos y cerrar librerías, mientras descargamos aplicaciones para hacer ejercicio, cocinar, calcular nuestras finanzas e incluso jugar dominó, cosas que antes hacíamos sin la necesidad de estar atados a un dispositivo, es decir libremente. Me dio mucho gusto en medio de una sequía cultural como la que atraviesa Coahuila, haber vivido un espectáculo de la calidad de la que ofreció el Ballet de Monterrey el pasado fin de semana en el Teatro Nazas.

Bailarines bien formados en lo técnico y en lo interpretativo nos dieron una lección de porque vale la pena apostarle al arte y la cultura y no a ser influencers. La puesta en escena del poema de Lord Bayron que aplaudieron a miles de laguneros en el Nazas fue una muestra de porque vale la pena dejar el teléfono y apreciar un discurso estético sobre la amistad y la empatía, mientras sigamos teniendo la posibilidad de combatir esa terrible pandemia de terror digital con apuestas como la que hizo posible mi amiga Lou, quien pese a toda adversidad lucha por traernos proyectos de cultura de gran nivel, con el apoyo de la administración del alcalde Román Alberto Cepeda, hay que reconocerlo, todo panorama es alentador.

Más ballet, más arte y más libros, como antídoto a la desinformación. Ver familias aplaudiendo en el teatro un espectáculo escénico es entender que en nuestras manos está ofrecer modelos de identidad humanistas, tenemos que apostar a más niños queriendo ser científicos, músicos, bailarines o futbolistas, pero en nuestras manos esta soltar la pantalla y dejar de hacer eco a todas esas cosas que compartimos sin preguntarnos si son ciertas o no. Predicar con el ejemplo.

@uyohan

Escrito en: mientras, siquiera, información, mercado

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