EDITORIAL

Desvaríos sobre la zozobra y entrada al paraíso

Manuel Rivera

Si me acerco más al televisor y sigo hojeando los periódicos, advierto, acabaré bañado en sangre.

Más todavía: de insistir en emprender tales acciones, me veré obligado a proclamar que el mexicano es un Estado fallido, declarándome anarquista y agente libre para participar en próximas marchas.

Mejor, corrijo, desordenaré aquí letras con base en tres intentos de reflexión basados en experiencias, sentires y propuestas en torno a la intranquilidad que algunos ciudadanos percibimos, no sin antes reconocer nuestra inconsciencia o, de plano, inconfesables objetivos desestabilizadores, pues el discurso oficial retira la razón a nuestra zozobra y nos ubica en una armonía paradisíaca.

Primera reflexión: Lejos de convertirse en profecía cumplida, el Apocalipsis consumará la sentencia dictada por el hombre contra sus propias omisiones.

Son cerca de las 11 de la noche. Dejo mi habitación para dirigirme a la tienda de la que estoy separado por cuatro cuadras. Ni un solo peatón ni un vehículo encuentro en mi camino. Acelero el paso, más cuando está totalmente a obscuras la calle donde se ubica el establecimiento. Compro lo primero que encuentro y, sin dudarlo, regreso corriendo, trayecto en el que tampoco observo un solo transeúnte o automóvil.

¿Visión apocalíptica? No, realidad introductoria a las consecuencias de la simulación, ausencia de perspectiva para apreciar la necesidad de cambiar para seguir igual, irresponsabilidad con las generaciones que nos sucederán y vocación de dictadores para condenar a los no nacidos al sometimiento de su dignidad a lo irracional de la pólvora.

Segunda reflexión: Quien da olvidando la dignidad de quien recibe, puede generar rencor disfrazado de sonrisa.

Desde la cabecera de la enorme mesa de madera preciosa, ubicada en la sala de juntas de la recién remodelada casa del gobernador de una entidad del centro norte de México, obra, por cierto, de costo superior al presupuesto estatal en ese momento destinado a la vivienda popular, el mandatario responde a su colaborador, quien cuestiona el destino de los recursos asignados a la prevención social del delito:

"Entiendo tu posición, y tienes razón. Eso es lo que debe ser, pero los resultados no se verán pronto y la gente no lo va a apreciar, como sí sucederá con la construcción de un gran teatro, que además se terminará en mi sexenio", dijo el señor en su metamorfosis hacia la divinidad.

El teatro, hoy "elefante blanco", fue construido en buena parte por cortesía del programa de prevención. El secretario de finanzas desquitó sus honorarios encuadrando los gastos en el rubro originalmente asignado y el jefe del Ejecutivo, en su tránsito hacia la perfección, declaró que ahí habría eventos para divertir a la gente y, por qué no, para alejarla del delito. Palabra del señor.

Tercera reflexión: Tan deseable en algunas ocasiones como inútil en otras, resulta cerrar los ojos para evadir la realidad, aunque esta quede libre para, sin reparar en cegueras, hacernos su presa.

¿Quién podría oponerse a la creación de una estancia temporal para los hijos de las personas que acudían al palacio municipal para realizar algún trámite, sabiendo que ese objetivo se difundió para evitar la estigmatización de los niños que acompañaban a sus mamás dedicadas al sexo servicio, quienes tramitaban su certificado de salud? Pue sí, apareció quien consideró que esta iniciativa alentaba conductas contrarias a la moral.

Afortunadamente, el asunto tuvo solución al respondérsele al alcalde una sola pregunta: "¿qué gano con esto?". Ganarás imagen, primeras planas y votos de las sexo servidoras y su cartera de clientes, contesté. Tema aprobado.

Parece claro que son muchos los políticos que coinciden en la importancia de la prevención de conductas antisociales, pero pocos la separan de superficiales búsquedas de "rentabilidad política", entendida esta como la utilidad, medida en votos, que trae consigo la complacencia de un elector al que se cree carente de suficiente educación o visión social.

No sólo se trata de evitar la deshonestidad manifestada al desviar o mal usar recursos destinados para prevenir el delito, sino de actuar con base al respeto a la dignidad y vida de las generaciones actuales y venideras, concluí en esa ocasión, no sin antes preguntarme si sería uno más de los ciudadanos que niegan la realidad presentada por el discurso oficial y, con ello, su entrada al paraíso.

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Escrito en: reflexión:, quien, dignidad, gente

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