EDITORIAL

¿Cómo medir la violencia?

Yohan Uribe Jiménez

Desde hace poco más de una década y media que el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal ha publicado su famosa lista de las ciudades más violentas del mundo, el resultado ha dejado de ser una herramienta para referir políticas públicas de prevención del delito o estrategias de combate al crimen organizado, para convertirse simplemente en productor de escandalosos titulares de prensa y en ocasiones en referencia de autoridades que presumen ya no estar en la lista o enfilan electoralmente sus discursos en contra de quienes gobiernan esas ciudades.

Este año, por ejemplo, a finales de febrero cuando se dio a conocer el resultado del índice 2023, por sexta ocasión consecutiva una ciudad mexicana, Colima, ocupó el primer lugar como la ciudad más violenta del mundo, con una tasa de homicidios de 181.94 homicidios por cada cien mil habitantes. En la lista le siguen Zamora, Ciudad Obregón, Zacatecas y Tijuana, es decir las cinco ciudades más violentas del mundo son mexicanas. Es más, los siguientes cinco lugares, a excepción del octavo, Nueva Orleans, también son ciudades mexicanas, Celaya, Uruapan, Juárez y Acapulco.

Sin embargo, lo que no refleja el estudio, es que los homicidios no necesariamente son un reflejo fiel de la violencia que más golpea a los habitantes de una ciudad violentada, no violenta, como corregirán los académicos que se dedican a estudiar estos fenómenos. El estudio deja por fuera crímenes de odio, violencia de género, secuestros, extorción, estafas, robo, violaciones, desapariciones, trata de personas y un sin número más de padecimientos que hacen que una ciudad sea imposible para sus habitantes. Incluso, como en los contratos, en letra chiquita el estudio aclara que carece de exactitud en su nota metodológica.

El estudio también aclara que no toma en cuenta todas las ciudades del mundo, es decir que ninguna ciudad del medio oriente gobernada por las corrientes más extremistas del islam son incluidas. Tampoco las ciudades de Asía, como China, donde prácticamente no existen los derechos humanos. Ciudades de África donde las dictaduras en complicidad con el tráfico de diamantes, la trata y la explotación sexual, tampoco son tomadas en cuenta. Esto no significa un respiro, al quedar en duda que las ciudades rankeadas en el estudio no necesariamente reflejan esa violencia, pero sí deja en evidencia que se ha convertido más en un referente de titulares escandalosos que en una herramienta.

Así como cuando se habla de los estudios de percepción de seguridad e inseguridad, y no se aclara que no es lo mismo la percepción de un grupo de encuestados que los datos duros, la intención de lucrar con la violencia se ha convertido en el combustible más letal de la discusión en tiempos del escándalo y la inmediatez. Si el estudio aclara de inicio que una parte de las cifras utilizadas para el cálculo de las tasas y las posiciones en el ranking son estimaciones, por qué la mayor parte de la prensa hace eco de una radiografía incompleta y poco precisa.

Este año el estudio no incluyó ciudades de Venezuela, aun cuando también aclara que las estimaciones son algo o muy difíciles debido a falta de trasparencia y acceso a la información de los gobiernos latinoamericanos, incluyendo México. Tampoco se toma en cuenta la cifra negra. Mucho menos el trabajo de instituciones académicas que se han dedicado al análisis de la violencia en México desde los años ochenta, porque en su mayor parte el interés académico radica en la prevención. No es que la intención sea mala, pero si la percepción errónea que genera.

Por su puesto que los gobiernos hacen un esfuerzo por no aparecer en la lista, eso los lleva a ocultar datos, negar información e incluso a tener actitudes como la de los gobernantes de Culiacán, Rubén Rocha; y Jalisco, Enrique Alfaro, quienes presumieron en redes sociales ya no estar en el ranking de las ciudades más violentas, lo que no significa que en esas geografías delitos como el narcomenudeo, trata de personas, extorción, robo en todas sus modalidades y violencia de género, por mencionar solo algunas, se un verdadero lastre para quienes las habitan. Así como también sorprende que Colima aparezca como la ciudad más violenta del mundo, cuando los titulares de prensa, al menos en el país, están más concentrados en otros lugares como Zacatecas, Guanajuato, o el Estado de México.

Ningún estudio está demás. Ningún esfuerzo sobra cuando de prevenir y crear herramientas para trabajar por la construcción de justicia y paz se trata. Pero enfocarse más al trato mediático que a la reflexión para contrarrestar el origen de la violencia no aporta mayor cosa. Claro, pensar que la violencia es un tema únicamente de gobierno también es un error, y ojalá que se empiecen a buscar las voces de quienes desde hace años estudian y analizan académicamente este fenómeno.

@uyohan

Escrito en: ciudades, estudio, violencia, ciudad

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