EDITORIAL

Política-emoción

Jorge Volpi

ÁTICO

En general, los electores se dejan llevar por la costumbre o son movidos por una fuerza emocional que desdeña los argumentos.

Uno de los monstruos producidos por los sueños de la razón es aquel que nos hizo creer que somos criaturas racionales y que la mayor parte de nuestros actos responde a una minuciosa evaluación de la realidad. Tras una larga lista de desengaños, hoy sabemos que no es así: de un lado, la mayor parte de nuestras decisiones cotidianas las toma nuestro cerebro rápido -para usar la denominación del Premio Nobel Daniel Kahneman-, es decir, aquella parte de nuestra mente que, para sobrevivir, impulsa una respuesta inmediata a los desafíos del exterior. La arquitectura en paralelo de nuestro cerebro nos permite comparar velozmente las experiencias pasadas con las presentes a fin de reaccionar a los nuevos desafíos del ambiente. Si en vez de ello nuestro cerebro lento se demorara en analizar cada nuevo escenario, lo más probable es que hace mucho nos habríamos extinguido.

En segundo lugar, ahora tenemos claro que somos seres esencialmente emocionales: si pudiéramos hallar los orígenes de la conciencia, estos parecerían localizarse más bien en nuestros sentimientos y emociones -es decir, en nuestras reacciones corporales frente a los estímulos externos- y no en nuestra parte más racional. Por más que nuestro lóbulo frontal haya crecido desproporcionadamente en comparación con otros primates, serviría más para producir mejores escenarios de futuro a partir de los patrones del pasado que para meditar concienzudamente sobre nuestra posición en el mundo. Ello significa que, frente a nuestras reacciones intuitivas y a aquellas que son dictadas por nuestras emociones, nuestra naturaleza racional queda reducida al mínimo: aquellas decisiones, nimias o cruciales, ante las cuales disponemos del tiempo suficiente para evaluar los datos con que contamos, confrontamos con calma diversos escenarios y al cabo nos decantamos por uno u otro -y, aún así, sin la certeza de acertar.

En este marco, nuestra relación con la política -y en particular con la democracia- debe ser vista desde una perspectiva opuesta a la imaginada por los antiguos griegos o los teóricos de la rational choice. En contadas ocasiones los electores votan de forma racional: en términos generales, se dejan llevar por la costumbre -porque ellos o sus familias y amigos siempre lo han hecho así- o son movidos por una fuerza emocional que desdeña los argumentos tanto como los datos duros. Si a ello se suma una época que desconfía maniáticamente de cualquier autoridad, encontramos la explicación no solo de la abundancia de fake news, sino de esos liderazgos que reniegan de la ciencia y día con día fustigan a la sociedad con desplantes cuyo único objetivo es movilizar las emociones de sus seguidores -y las de sus enemigos-, como los que padecemos en México y en otros tantos lugares.

Como revela Adam Kucharski en Las reglas del contagio (2021), diversos estudios demuestran cómo, aun confrontados con datos objetivos que demuestran las mentiras del político al que admiran o veneran -es decir, frente al que sienten un drástico apego emocional-, la mayor parte de sus seguidores preferirá seguir votándolo. Ante la evidencia del engaño a que han sido sometidos, buena parte de ellos se reafirmará en sus convicciones y encontrará el modo de desacreditar lo que ven: mejor negar los hechos que perder esa conexión emocional. Otra parte reconocerá el equívoco pero, sometida a la influencia y la presión de su propio ámbito, al cabo volverá a sus anteriores convicciones. A un tercer grupo, que costaría no calificar de cínico, simplemente no le importan las mentiras de su líder: si las pronuncia, será en aras de una causa superior. Y solo una mínima parte cambiará, al fin, el sentido de su voto.

Acaso solo intuyendo estos datos, buena parte de los políticos de nuestro tiempo -de Trump a Bolsonaro o de Alito Moreno a AMLO- se han desentendido de los hechos y desdeñan, por ello, la crítica, la razón o la ciencia y apenas hacen otra cosa, en sus inagotables discursos, que azuzar el corazón de sus partidarios: saben que, digan lo que digan, así garantizan su fidelidad.

@jvolpi

Escrito en: nuestra, nuestras, solo, mayor

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