EDITORIAL

Ponche al himno del AIFA

Manuel Rivera

Existen recuerdos que, aun registrados en edad temprana, están alojados de tal forma en la memoria que sobre la permanencia de otras experiencias se niegan a ocupar su sitio en el pasado e irrumpen continuamente en el presente.

Hoy entiendo que el ser humano está formado por el repertorio de sus recuerdos y decisión para jerarquizarlos.

A veces, es más sencillo colocar las experiencias que ahogan arriba de las que salvan, debido a la comodidad de optar por el caos que justifica la autodestrucción, evitando la dificultad de autoconstruirse.

Estos esbozos de elementales pensamientos se originan hace más de medio siglo en un improvisado campo de beisbol.

Durante muchos años el sábado fue mi día favorito, tanto que me costaba trabajo dormir en la noche del viernes por los deseos que tenía de practicar ese deporte en la mañana siguiente.

Muy temprano mi abuelito paterno -me resulta imposible referirme a él sin emplear el diminutivo- y yo guardábamos la mayoría de los avíos en dos grandes bolsas de mandado, colgando el resto en el bate que orgullosamente transportaba sobre uno de mis hombros.

Salíamos de su departamento en la populosa colonia Narvarte de la Ciudad de México, abastecíamos a media cuadra una botella de plástico con un litro o más de Lulú de frambuesa y atravesábamos sin temor una parte de la Buenos Aires para tomar el camión que nos llevaría a la Ciudad Deportiva Magdalena Mixhuca.

No sé si por las circunstancias o conciencia social de mi abuelito, las novenas que ahí formaba generalmente se caracterizaban por integrar a niños y jóvenes de escasos recursos económicos, que en ocasiones se enfrentaban deportivamente a equipos que participaban en ligas formalmente constituidas. Alguna vez contamos con un pitcher excepcional que jugaba sin zapatos.

Esos inolvidables sábados inscribieron en mí, para siempre, el respeto y emoción originados en un recuerdo que ocupa sitio de privilegio en mi memoria.

En la Ciudad Deportiva, donde trazábamos en sus amplias áreas verdes el campo de juego, que para nosotros era igual al Estadio del Seguro Social o el Yankee Stadium, eran frecuentes las competencias que en varias disciplinas incluían en su programa el izamiento de la Enseña Patria y la interpretación del Himno Nacional Mexicano.

En esos casos, sin importar que el juego estuviera empatado en extra innings, bateara el cuarto bat y hubiera casa llena y cuenta máxima, mi abuelito detenía el encuentro para que todos los jugadores, con spikes o descalzos, nos descubriéramos la cabeza, dirigiéramos la mirada hacia el lugar de la ceremonia y saludáramos en posición de firmes hasta que concluyeran los honores a los símbolos patrios.

Irrumpe este recuerdo constantemente en mi vida y aunque registro otros quizá relacionados, como el del recién estrenado himno del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, decido ubicar el primero en el sitio más importante de mi biblioteca de experiencias.

Aunque pueda ser equiparado con rituales fascistas, criticado por su nada poética letra y convertido en objeto de burla por los malquerientes contrarios al actual gobierno federal, desaciertos o aciertos incomprendidos como este podrían tener mejor tratamiento si se les destina al olvido o llevan a cuestionar el servilismo y perjuicio que causa este a quien se pretende servir con abyección.

Mejor todavía sería evitar distraerse de lo fundamental y reflexionar acerca del fondo de las cosas, no de su superficie, que para esto último hay "oposición".

Cabría entonces pensar en la importancia de dar prioridad a los recuerdos que construyen el presente y al concepto de la Patria como un ente que une lo humano y sus valores.

De paso, sería importante considerar lo absurdo de la adoración de lo material y su papel en aras de la urgencia de uniformar conciencias, lo que me hace recordar a mi abuela paterna cuando observaba que yo realizaba un esfuerzo adicional en algo que a la postre echaba a perder, yerro que subrayaba con la expresión: "¡Pero qué necesidad, diantre de muchacho!".

Me quedo entonces con la profundidad del silencio en las pausas de mis juegos de beisbol, que hoy me parece mayor cuando rememoro el respeto a la Patria de todos y la algarabía que explotaba al continuar los encuentros, en los que cada equipo buscaba el triunfo en buena lid.

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Escrito en: Patria, recuerdos, sitio, Ciudad

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