EDITORIAL

Los sesgos que nos distraen

Yohan Uribe Jiménez

Desde que llegaron las redes sociales y la información pasó del análisis a la inmediatez, el término "Sesgo de confirmación" regresó a la discusión a la hora de hablar de consumo de información. Y aunque en los años 70 cuando se popularizó el concepto, creo que resultaba difícil que los teóricos vaticinaron hasta donde nos ha llevado la tecnología, la forma en la que advertían sobre los fallos a la hora de interpretar la realidad siguen tan vigentes que no han cambiado nuestros hábitos al momento de actuar o tomar decisiones.

Lo que nos sugiere Google cuando emprendemos una búsqueda, es por lo general el resultado de una huella digital que alimenta un algoritmo que, palabras más o palabras menos, nos acerca a una realidad que nos resulte amigable. Nos aleja de la discusión, el disenso o cualquier forma de pensamiento que discrepe de nuestra manera de interpretar la realidad. Es por eso por lo que las redes sociales se han convertido no en espacios de comunicación sino de militancia, en materia política, religiosa, deportiva y hasta en las sugerencias para ver cine o escuchar música.

¿Atosigan? sí. No alcanza el tiempo para pasear, por ejemplo, por Twitter sino se hace con la intención de confirmar nuestra opinión en referencia a un tema. Y sin la existencia absoluta de una curaduría de la información, podemos estar al lado de una discusión muy rica sobre ciencia, economía o política, y al lado tener un meme o una ofensa al personaje que en ese momento acapara la discusión, sea o no de interés público, sirva o no para la entender la vida nacional. Es por eso que esos espacios de opinión que surgieron para dar voz a la pluralidad, se han convertido en campo de cultivo para desinformar.

Desacreditar el pensamiento de los demás se ha vuelto el deporte favorito de los internautas. No se aceptan argumentos, no se analizan datos, mucho menos se escucha. Simplemente se le da "me gusta", o se comparte todo aquello que ratifica mis gustos y creencias, porque si algo queda demostrado en los estudios de comportamiento digital con herramientas como "behavioral analytics", en su edición 2021, es que más allá de los fines comerciales, las redes han sabido aprovechar esos vacíos que dejan los sesgos, para conducirnos por una realidad a modo. ¿cuál? La nuestra.

Un sesgo no es malo porque nos pretenda convencer de algo, sino porque nos priva de cosas diferentes, nuestro cerebro está diseñado para optimizar recursos y por eso cuando se enfrenta a una decisión cuya ventaja no es clara, por ejemplo por inédita, elige por la que le resulta familiar, eso explica el neurólogo Ramón Ferro, y el esfuerzo mental es una desventaja, más cuando tendríamos que escuchar, analizar y tratar de comprobar que algo con lo que no coincidimos puede ser tan real y válido como lo que nosotros damos por cierto.

Con tanta información, documentos, imágenes y una lluvia de datos bombardeando nuestra palma de la mano, valdría la pena pensar si antes del insulto o la descalificación a un argumento, es importante darnos la oportunidad de acercarnos a un argumento. Vivimos en sociedades multiculturales, por pequeña que sea nuestra ciudad, y eso es un argumento suficiente para evitar valoraciones subjetivas y dejar de dar por buenas las conductas, creencias y posiciones, porque en la vida real, no siempre estamos con los amigos.

La humanidad evolucionó gracias al instinto gregario, agruparnos en tribus humanas fue una ventaja, y la definición de nuestra identidad en gran parte se debe una pertenencia social, pero con la llegada de las redes sociales han vuelto los lazos sociales en torno a una creencia como el fundamento para pertenecer, e incluso ha logrado que cuando las evidencias refutan esa creencia quienes se han unido en torno a ella, pierdan la valoración subjetiva y anulen lo que pueda atentar o poner en tela de juicios las creencias de ese grupo.

Los sesgos se han vuelto un peligro para la humanidad en cuanto a que son el termómetro de una de las pandemias que más no azotan en la actualidad, la intolerancia, eso que divide el mundo en nosotros contra ellos, los buenos contra los malos, y no hay peor falacia que esa que nos lleva a la descalificación. Y si los sesgos que alimentan ese universo digital se quedaran en cual es la mejor música o el color más apropiado para vestir en primavera, no pasaría nada. Pero cuando esa división se centra en la existencia de una raza superior, por ejemplo, ya sabemos cómo puede terminar eso. Alimentando conductas fanáticas y polarizando a una sociedad de por sí en permanente crisis moral.

Escuchar y conocer nuestro sesgo es un antídoto a ese veneno. Apelar a la conciencia y acercarnos a la tolerancia es un antídoto. La tolerancia se ha convertido en una utopía porque a diario la inmediatez nos quiere decir que una creencia es más importante que otra, y aunque parezca imposible por algún lado hay que empezar y sería bueno por "conocer".

@uyohan

Escrito en: nuestra, redes, sociales, vuelto

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