EDITORIAL

El triunfo de Villa

Juan Villoro

Caminaba por la calle de Vizcaínas con mi amiga Carmina cuando ella se detuvo a señalar un balcón: "Ahí murió mi bisabuelo. Se infartó de felicidad con el triunfo de Pancho Villa". Creí haber entendido mal. ¿En qué momento el Centauro del Norte había ganado la Revolución? Miré el edificio como si contuviera una respuesta. La construcción ostentaba el deterioro que por piedad se llama "histórico". ¿Pasaba lo mismo con la memoria de mi amiga?

En forma enigmática, ella agregó: "Entendí la historia de mi bisabuelo cuando leí un cuento de Alphonse Daudet. A veces la literatura sirve de algo".

Le pedí que me dijera de qué le había servido.

La madre de Carmina nació en plena Revolución y padeció la zozobra de la época. La conocí ya anciana, cuando portaba un chongo imperturbable y saludaba como quien da instrucciones. Todo mundo le decía "doña Dolores" y jamás oí que alguien la llamara "Lola".

El abuelo de Dolores, militar de carrera, siguió a Felipe Ángeles cuando se unió a las tropas de Pancho Villa. Participó en la legendaria toma de Zacatecas y atesoró memorias del general que puso sus sofisticados conocimientos de artillería al servicio de la causa rebelde y desconcertó a todo mundo con el talante de quien combate con extrema cortesía y no en balde se apellida Ángeles.

También el padre de Dolores, siendo muy joven, se unió a la "bola". "Les fue de la fregada", dijo Carmina bajo el balcón de la tragedia. La frase resumía la derrota de los ejércitos populares de Villa y Zapata. "Mi mamá creció aquí, temiendo que la mataran por ser villista".

El abuelo de Dolores regresó a la capital con problemas cardíacos. Como militar de carrera, le parecía humillante ser derrotado por el cuerpo y no por la metralla. Mientras tanto, el padre de la niña permaneció en el norte, donde se unió a los comandos furtivos que aún anhelaban el regreso de Villa.

Dolores extrañaba su padre, y temía por él, pero sus preocupaciones tomaron otro rumbo cuando el abuelo sufrió un derrame cerebral. La casa se convirtió en una enfermería donde el viejo militar no recuperaba la conciencia. Varios médicos se negaron a atenderlo. Finalmente, dieron con un doctor que había trabajado en el Colegio Militar y tenía la costumbre de hablar solo. Los años de guerra habían alterado lo suficiente a la población para que eso fuera normal.

Dolores no olvidaría la época en que el médico aplicaba etílicos fomentos en la frente de su abuelo mientras contaba hazañas de la División del Norte. Pasaban hambre, y a falta de condimentos, la madre y la abuela condimentaban las precarias sopas de aquel tiempo con insultos: la guerra había sido ganada por canallas. Pero la principal angustia se debía a no tener noticias del pariente que arriesgaba la vida a salto de mata por una ilusión ya perdida.

Una tarde, el médico dejó de hablar solo: el abuelo lo escuchaba. "¡Mi general!", exclamó el resucitado, en alusión a Ángeles o al propio Villa. Como si aguardara esa contraseña para continuar el tratamiento, el doctor describió el progresivo avance de la División del Norte a la capital. El viejo militar esbozó una sonrisa. Así comenzó una terapia basada en los imaginarios logros de un ejército inexistente. Poco a poco, el abuelo de Dolores recuperó el vocabulario y los movimientos corporales. El problema era que, a medida que ganaba en lucidez, resultaba más difícil engañarlo. El médico leyó a Balzac para mejorar su pericia narrativa.

"Las noticias imaginarias eran buenísimas y las noticias reales espantosas", contó Carmina: "Mi bisabuelo se aliviaba con la supuesta victoria de Villa y mi abuelo estaba a punto de ser atrapado por villista".

La dura infancia de Dolores explicaba a la mujer que conocí muchos años después como una anciana que no admitía contradicciones.

Afectado por su propio tratamiento, el médico acentuó la fabulación hasta inventar la entrada triunfal de Villa a la ciudad. "La felicidad pudo más que la depresión: mi bisabuelo salió al balcón para dar la bienvenida a su héroe y murió de un infarto", explicó Carmina. "Mi mamá tardó un año en saber que su padre había sido fusilado, y nunca encontró el cadáver".

Mi amiga hizo una pausa y dirigió una última mirada al balcón: "No sé quién dijo que Villa perdió la guerra, pero ganó la literatura. Supongo que eso quiere decir que, en este país, si no mueres de un balazo, mueres de una ilusión".

Escrito en: abuelo, Villa, médico, militar

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