EDITORIAL

En busca del aluxe perdido

Manuel Rivera

Aunque a veces desplazados por el presente, los recuerdos nunca dejan de existir, sólo duermen.

Tan irrenunciables son que se extinguen apenas con la muerte.

Siguen entonces haciéndose presentes trozos de la película de mi pasado tan lejanos como ese "No te rías de tu hermano, que le pegaste muy duro", o tan cercanos como esa expresión en corto de un político refiriéndose a las lideresas de su estructura electoral como "pinches viejas gordas", antes de comenzar en la capital del estado una videograbación -de la que fui cómplice-, para excusar su ausencia en un evento, pues "estaba en el extranjero", triste por no estar con ellas.

Esas evocaciones me dejan en claro que una cosa es abusar y otra es abusar y burlarse.

Cargando con recuerdos así me dispuse a caminar en la calle con la intención de reducir masa corporal, objetivo de sencillez incomparable ante la dificultad de mandar el pasado a dormir.

La vida me ubica en una colonia populosa en la que evito salir a obscuras, lo que no acaba con el cariño que me inspira ni el respeto que guardo a su enorme mayoría de habitantes honestos.

El crecimiento urbano continuo y la también continua falta de presencia de las autoridades, hacen de esta comunidad una, como seguramente hay muchas otras, con avances significativos en su organización.

Así lo muestran desde la efectiva comunicación en ella de los asuntos de interés colectivo hasta la solidaridad de sus vecinos para fortalecer la economía comunitaria, todo producto de esfuerzos ciudadanos ajenos a partidos y gobiernos.

En esta colonia con sentido de comunidad fortalecido por las circunstancias, un número importante de vecinos emplea las redes sociales para asuntos tan diversos y útiles como reportar áreas de riesgo, comercializar o intercambiar ropa, compartir el tiempo esperado para la reanudación de los servicios de electricidad o agua (no todos los reporteros de la época digital son "balines"), rentar algún vestido de gala y sugerir los mejores tacos a domicilio en la madrugada de un día inhábil, entre muchos otros.

Empero, recorrer entre perros y basura sus calles, evidencias de lo mucho que tiene por delante esta comunidad, me recuerda sobre todo que vivo en un mundo donde el engaño parece ser lo único que aspira a ser real.

¿Qué más podría evocar en este muestrario de las diferencias sociales que aparecen cada vez más claras por su contraste con los discursos de cambio y transformación, usados sin pudor por las franquicias llamadas "partidos políticos"?

La diversidad de mi colonia presenta en sus habitantes el común denominador de la urgente búsqueda de sustento y esperanza, objetivo aceptado por quienes en ella vivimos y nos sabemos dentro del mundo de mentiras que da esto por satisfecho.

Entiendo la búsqueda de los beneficios del poder hecha por los cínicos del pasado y los acomodaticios del presente, pero considero excesiva la burla hacia sus semejantes, a quienes parecen considerar únicamente receptores de mentiras inobjetables y objetos en espera de la redención.

Decenas esperando el camión antes de que salga el sol, innumerables comercios con una sola silla y canasta, escuelas pidiendo con urgencia en cartulinas la cooperación de los padres de familia, estudiantes caminando acompañados por sus madres que prefieren salir en piyama antes de dejarlos solos, charcos cruzados en chanclas, niños tomando refresco de cola, y yo escondiendo la cara de vergüenza por quejarme de mi situación.

Estrictamente, hay tantos mundos como habitantes tiene el planeta, me digo descubriendo el hilo negro. Las experiencias y percepciones que el hombre tiene, así como las interrelaciones que se dan entre ellas, generan emociones y acciones propias de cada individuo.

Empero, la vida en sociedad demanda el establecimiento de acuerdos colectivos, no sujetos a las interpretaciones de la realidad o construcciones que cada individuo o grupo haga de esta, aun esgrimiendo con razón que la conducta del humano es resultado de su particular acervo de saberes y sentires.

Colocar la especificidad de las percepciones individuales sobre la generalidad de las definiciones de lo real, generaría desde el riesgo del caos hasta la tentación de imponer como verdad de todos la fantasía propia.

Mentir es posible en cierto grado, aunque de efectos inútiles cuando la mentira ni se come ni protege. Menos todavía cuando, además, ríe de la realidad ajena.

(No sé si debo escoger otro lugar para caminar).

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Escrito en: habitantes, cada, antes, colonia

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