EDITORIAL

Agua de la llave

ÁTICO

Hace unos días escuché a la historiadora Anne Applebaum decir que -para muchos- la democracia es como "agua de la llave". Parece que siempre está ahí. Le das vuelta a la manija y saldrá cristalina, aparentemente inagotable y a disposición cada vez que la necesites. Creemos que no es necesario cuidarla, mantenerla limpia, construir presas y diques, y a veces ir por ella, cargarla en una canasta sobre la cabeza, para evitar que se evapore o escasee. Durante al menos los últimos treinta años de la transición democrática, así la hemos percibido, así la hemos tratado. Como si jamás fuera a estar en riesgo. Nuestro "Manantial Mexicano" era un hecho dado, y no supimos entender que, dadas las condiciones apropiadas, "cualquier sociedad puede volcarse contra la democracia". Eso es lo que busca López Obrador, y me honra estar con quienes marcharon y seguirán marchando para impedírselo.

He ido a marchas y manifestaciones al Zócalo decenas de veces. He estado ahí para protestar por el fraude de 1988, para recordar el 2 de octubre de 1968, para exigir la despenalización del aborto y el fin de los feminicidios, para celebrar la victoria de Cuauhtémoc Cárdenas en 1977, para vitorear cómo sacamos al PRI de Los Pinos en 2000, para protestar contra la militarización, para acompañar a las víctimas de la violencia y la guerra contra las drogas, para exigir justicia en el caso de la Guardería ABC, para impulsar #YoSoy132, para saber la verdad sobre Ayotzinapa, para presenciar la victoria de AMLO en 2018 y enarbolar más causas ciudadanas, antes y ahora. Jamás pensé que estaría ahí defendiendo al INE de la evisceración presidencial vía el Plan B. Jamás creí que estaría ahí peleando batallas que muchos de mi generación considerábamos ganadas. Nadie iba a cerrar la llave de la democracia. La tarea pendiente era construir más llaves, asegurar la limpieza del líquido vital, lograr que llegara a todos.

Jamás pensé que llegaría alguien a dinamitar las presas, despedir a los plomeros, vaciar los pozos, y dejarnos sin aquello que ya estábamos acostumbrados a beber. Quizás a veces el agua estaba turbia, o era insuficiente, o algunos trataban de jalarla para su molino, pero no concebíamos la posibilidad de una sequía provocada desde el poder. A pesar de los pleitos partidistas y las insuficiencias democráticas, no imaginábamos que un hombre trataría de volver a México un desierto, para controlarnos. Lastimosamente, así ha sido el sexenio de López Obrador. Un radicalismo inesperado que viola la Constitución, atenta contra los contrapesos, demuele a las instituciones, inventa enemigos existenciales, y ahora va contra la democracia electoral.

Un radicalismo lopezobradorista cruel y conspiratorio sin mandato para lo que hace. Demostrar intolerancia ante la complejidad y la competencia. Demostrar alergia al pluralismo y al pensamiento divergente. Demostrar ignorancia sobre las luchas de la transición y cómo fue impulsada desde abajo, por ciudadanos y ciudadanas como quienes llenaron el Zócalo ayer. AMLO y sus lugartenientes buscan desfigurar una congregación ciudadana, y presentarla como un complot, en vez de un derecho. Ayer no estábamos ahí para defender a García Luna, o encubrir al PAN, o caminar con los corruptos, o respaldar a narcos. Fuimos al Zócalo para que nuestros hijos tengan una credencial de elector expedida por el INE y no por el gobierno; para que los funcionarios de casilla sean ciudadanos y no funcionarios de Morena; para que la oposición pueda contender en condiciones de equidad y no en elecciones de Estado, con resultados determinados por el dedazo.

La marcha constató que miles piensan de la misma manera. Personas que jamás habían puesto pie en el Zócalo lo hicieron. Mujeres que jamás habían marchado lo hicieron. No porque estuvieran en contra del pueblo, sino porque también forman parte de él. No porque se opongan a una transformación del país, sino porque no ocurrirá si permitimos la extinción de la democracia electoral. No porque el INE sea perfecto, sino porque el Plan B acabaría con la posibilidad de mejorarlo. Coreamos y gritamos y cantamos el Himno Nacional para mandarle un mensaje a la Suprema Corte. Un recado sencillo pero trascendental. Nosotros hicimos la tarea de cargar el agua al Zócalo. A ustedes, ministros, les corresponde cuidarla y mantener abierta la llave de la democracia. En sus manos está.

Escrito en: Zócalo, Demostrar, jamás, democracia

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