EDITORIAL

La respuesta de 28 minutos de López Obrador

Jorge Ramos

Los corresponsales extranjeros de Estados Unidos y Canadá, que no están acostumbrados a los largos monólogos del presidente de México, tuvieron una probadita de lo que son las Mañaneras, como se les conoce a las interminables conferencias de prensa diarias de Andrés Manuel López Obrador. Hacia el final de la reunión de los líderes de México, Canadá y Estados Unidos, que se celebró durante tres días en la capital mexicana, la periodista Sara Pablo del Grupo Fórmula le hizo varias preguntas -puntuales y precisas- a los tres. Pero solo uno contestó, el presidente López Obrador.

Su respuesta duró 28 minutos.

La pregunta para AMLO era sobre migración y cómo México -que en la práctica se ha convertido en el muro y en una parte sustancial de la política migratoria de contención de Estados Unidos- se estaba preparando para recibir a las decenas de miles de inmigrantes que su vecino del norte le iba a enviar. Pero, divagando, el presidente mexicano se concentró en repasar sus grandes temas: la refinería Dos Bocas, el Tren Maya, las becas para jóvenes, se refirió a un programa de ayuda para los adultos mayores, a los árboles que su gobierno ha plantado, a su lucha contra la corrupción y la impunidad.

La transcripción en inglés de la Casa Blanca indica que López Obrador pronunció más de 2500 palabras en esa respuesta. Y, por cierto, nunca contestó del todo la pregunta de Sara. Ni Joe Biden ni Justin Trudeau lo pudieron hacer porque AMLO, cuando terminó su largo soliloquio, dio por terminada la sesión de manera abrupta. Según algunos periodistas en el lugar, los reporteros extranjeros comenzaron a referirse al presidente de México como "AMLONG", una combinación del acrónimo de López Obrador y "largo". El hecho fue tan evidente que, al final, se escuchó decir a Biden: "Que quede constancia de que no sé qué preguntas no pude contestar. Estaré preparado más tarde".

Entre la prensa internacional llamó la atención la propensión de AMLO a hablar mucho y decir poco. Max de Haldevang describió en Bloomberg cómo Biden y Trudeau alternaban entre ver sus zapatos y el cielo mientras AMLO hablaba y hablaba. The Washington Post destacó cómo López Obrador habló mucho más que sus invitados. Y en México, el Reforma calculó que en ese mensaje a los medios, AMLO habló en total 41 minutos, mientras que Biden solo lo hizo 14 minutos y Trudeau 12.

En México a eso le llamamos tirarse un rollo.

Más allá de lo anecdótico del episodio, refleja un aspecto central en la manera de gobernar de López Obrador. El presidente parece creer que al hablar todas las mañanas, a veces por casi tres horas, va a dominar el mensaje y la agenda del país. A veces lo logra. Sus simpatizantes repiten, sin cuestionar, sus palabras en las redes sociales y los periodistas se ven muchas veces obligados a citarlas y a cubrir sus conferencias. El inconveniente es que las palabras no son acciones; el rollo no sustituye a las soluciones concretas. Y el país las necesita con urgencia.

Hay un caso paradigmático en el que el caudal retórico no ha logrado solucionar el problema: la preocupante situación de la violencia en México. Aunque en sus conferencias se refiere con frecuencia a la seguridad nacional, según distintas mediciones sustentadas en los datos oficiales, su gobierno ya es el más violento en este siglo. Desde que AMLO tomó posesión, en diciembre de 2018, han sido asesinados más de 133,000 mexicanos.

Pero AMLO ha insistido en presentar esos mismos datos con otra luz. Es el rey del spin, como se le dice en inglés cuando alguien trata de mostrar de manera positiva algo que no lo es. Por ejemplo: en su Mañanera del 29 de diciembre de 2022 dijo que mientras los homicidios dolosos habían aumentado en los últimos tres sexenios, durante su gobierno han bajado un 10.3 por ciento.

Pero la realidad ineludible, al margen de los malabarismos estadísticos, es que el número de homicidios dolosos registrados durante sus años en la presidencia es mayor que el de cualquier otro momento desde que existe el recuento estatal. Por más vueltas que le dé López Obrador es imposible presentar la muerte de cientos de miles de mexicanos como un resultado positivo. En el mejor de los casos, revela una ferviente convicción de que tirarse un rollo es la manera de solucionar los desafíos del país; en el peor, sugiere una estrategia de disuasión. El presidente parece ser el principal promotor del pensamiento mágico, de pensar en que todo -hasta un récord atroz de asesinatos- puede ser presentado como algo bueno.

Pero para muchos mexicanos ese cuento ya no es suficiente. La violencia está ahí, se acumulan desaparecidos y feminicidios, se eluden balas en algunas ciudades, como recientemente en Culiacán, se informa de partes del territorio con un vacío de autoridad y se suman muertes de periodistas. No importa el spin que se le dé en el Palacio Nacional: la realidad, particularmente cuando está manchada de sangre, está ahí, y es muy terca.

Y justamente por eso, en México no se necesitan más rollos, solo más resultados.

Cuando López Obrador entregue el poder en 2024, su presidencia no será juzgada por el total de palabras que pronuncie en las Mañaneras, sino por las soluciones a los problemas concretos que heredó y su éxito o fracaso en las promesas que hizo (menos pobreza, menos desigualdad y menos muertos; más democracia, más progreso económico y más libertades).

Las crónicas de los corresponsales extranjeros sobre la reciente cumbre entre AMLO, Biden y Trudeau, hablan de tres países que, a pesar de sus enormes diferencias, están haciendo todo lo posible para trabajar juntos. Desde donde se vea, eso es muy positivo y hay que destacarlo. Pero también describen a un presidente mexicano enamorado de sus palabras. Es algo que muchos en México ya sabían.

Dentro de su palacio, nadie se atreve a interrumpirlo ni a decirle que, en algún momento de esos 28 minutos, lo dejaron de escuchar.

Escrito en: López, presidente, Obrador, AMLO

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