EDITORIAL

De verdades y pobreza

Manuel Rivera

Dos recuerdos distintos me conducen hacia un solo intento de reflexión sobre la pobreza y el temor a la verdad.

Refresco así mi memoria y visualizo cuando acepté participar en una campaña política en el sur del país apoyando al candidato del oficialismo en esa entidad, cuyo gobierno se burlaba de la "izquierda" al afirmar que profesaba esa ideología.

Mi ambición y necedad para no abandonar a tiempo esa aventura me cobraron caro. Tal campaña fue una farsa para garantizar la impunidad del gobernador saliente, a cambio de apoyar al candidato del partido "del centro".

En ese ambiente ¿a quién podría extrañarle una falta más de pudor para dejar de pagar los servicios de mi equipo? Ese incumplimiento me obligó a dormir una noche en un cuarto con más vocación de refrigerador que de vivienda, sin un quinto en la bolsa para comprar una cobija.

Aunque pasajero, ese hecho me llevó a entender algunas de las consecuencias de la corrupción, que no sólo hurta dinero, sino también juega con necesidades ajenas para conquistar satisfacciones particulares.

En esa ocasión comprendí el alcance de las faltas que comete el individuo deshonesto que en una administración pública, por ejemplo, "infla" el costo de las obras para obtener ilícito lucro, cobra indebidamente comisiones o emplea prestanombres para hacer negocios apoyado por el poder que debería estar al servicio de la sociedad, no de los individuos que lo poseen.

En ese breve lapso sin dinero en el frío cuarto de una ciudad ajena, pude ponerme en los zapatos de quienes carecen de cobijas, viven en casas en mal estado o recurren al alcohol u otra droga para disfrazar su padecer.

Desviar los recursos públicos que deberían ser aplicables a superar la pobreza o al menos a paliar sus consecuencias, es no sólo indebido, sino contrario al más elemental sentido de humanidad. Ni mil discursos ni mil limosnas podrán exentar de lo que la Ley debe perseguir y los seres humanos perdonar, pero no aceptar.

Otra situación, aparentemente muy distinta a la anterior, pero de fondo relacionado con lo ya relatado, la viví cuando recibí la inesperada llamada telefónica de uno de mis ex compañeros de la preparatoria, quien inmediatamente después de los saludos de rigor, me lanzó una pregunta:

-¿Te acuerdas de Rocky?-, cómo me iba a olvidar de ese gran amigo y cómplice de tantas travesuras en una época escolar inolvidable, distinguido por el contraste de su carácter bonachón y gran fuerza física.

-Te hablo para decirte que tuvo un grave accidente-prosiguió con un tono de voz que me hizo sospechar que algo deseaba atenuar.

-¿Qué tan grave?-pregunté con la intención de conocer sin maquillaje la realidad del percance.

-Lo entierran esta tarde-contestó lacónico, pero aliviado.

La verdad por delante, aunque duela, concluí.

Lo anterior viene a colación por lo sucedido el miércoles 4, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador, durante su conferencia matutina, provocó que algunos de sus adversarios se rasgaran las vestiduras, escandalizados por escucharlo hablar acerca de la utilidad política que trae consigo socorrer a quienes menos tienen.

"…Ayudando a los pobres va uno a la segura, porque ya sabe que cuando se necesite defender, en este caso la transformación, se cuenta con el apoyo de ellos, no así con sectores de clase media, ni con los de arriba, ni con los medios, ni con la intelectualidad.

"Entonces, no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política", expresó el mandatario.

Recordar que desde los tiempos del PRI y PAN hay millones de semejantes que además de padecer las consecuencias de la pobreza son objetos funcionales al poder, será triste para algunos, pero no desconocido para quienes encabezan las franquicias llamadas partidos políticos, que al condenar algunos de ellos sin previa auto crítica lo dicho por el presidente, por lo pronto confiesan hipocresía, acto que también debería desterrar el México que a la injusta distribución de la riqueza añade el uso electoral de sus pobres.

Aprovechar el hambre o el frío de las masas para dirigirlas mediante la promesa de satisfacer sus necesidades, es una estrategia tan antigua como la política nacional, ajena a la ética y afín al objetivo de mantener el poder mediante la manipulación de las necesidades de muchos para beneficio de pocos.

Hasta que hubo un presidente que habló con la verdad, aunque esta duela.

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Escrito en: pobreza, quienes, política, debería

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