EDITORIAL

La coyuntura actual para América Latina

Julio Faesler

La victoria de Luiz Inácio Lula da Silva sobre Jair Bolsonaro es una nueva mojonera en la historia política de América Latina. Para México el fenómeno es de especial interés ya que el nuevo presidente de Brasil llevará, a partir del primero de enero próximo, a su país el más poblado de la región y segundo después de México en importancia económica, a sumarse nuevamente a los países como Colombia, Argentina, Ecuador, Bolivia, Perú y Chile cuyos regímenes, 83% de la región, se alejan del liberalismo empresarial como guía de sus estrategias de desarrollo interno y relaciones internacionales.

De una izquierda moderada como la que se vió en sus dos períodos presidenciales anteriores, Lula da Silva ha prometido programas sociales para restituir medidas dirigidas a aliviar desigualdades socioeconómicas y corregir decisiones a ciertas concesiones privadas dañinas al bienestar a largo plazo.

En relaciones internacionales esperamos que el Brasil de Lula juegue un papel más acorde con la generalizada preocupación por amenazas del cambio climático y ambiental dentro de las cuales destaca muy especialmente la conservación del inmenso recurso ecológico amazónico.

En lo referente a las relaciones geoeconómicas, en el escenario contrastado que opone globalización a rescates nativistas, es probable que la indispensable apertura brasileña hacia las inversiones extranjeras se ajustara para dar un necesario apoyo a las nacionales.

La ola nacionalista se extiende a muchos países como respuesta a la problemática baja en ritmos de actividad económica y una creciente pobreza. En los Estados Unidos, la Reserva Federal responde manejando tasas de interés pero crece la tentación proteccionista por la explicable razón de la rivalidad de Estados Unidos con una China que a diario intensifica su acción en todos los órdenes para establecer su hegemonía. Las respuestas norteamericanas a esa realidad se hacen cada vez más definidas a medida que las actividades chinas se extienden a zonas de alto valor estratégico en todos los continentes con gigantescos programas no solo en el macizo euroasiático, como su presencia en la cadena de países que va desde el Asia Central hasta Europa o en las obras de infraestructuras portuarias que realiza en algunos países latinoamericanos.

En lo que toca a México la lucha por dominar dichos espacios se traduce en aislar al programa T-MEC que es la base para consolidar al continente norteamericano como eje económico, industrial, agrícola, financiero, militar del mundo.

Es aquí, frente a ambiciones hegemónicas desatadas por dos visiones opuestas de progreso, donde hay que articular sin más demoras la coordinación entre los respectivos programas de desarrollo integral que animan a México y Brasil. En una amplia visión geopolítica la estrategia mexicana debe manifestar su amplio potencial para actualizar nuestras relaciones dejando atrás el tono de rivalidad mal disimulada durante varios años entre México y Brasil conforme a una errada pretensión de ejercer una primacía respecto del resto de América Latina por parte de una cruda ambición brasileña de predominar en las Américas mediante el Mercosur mientras que México era vista sólo como parte de la estrategia del Proyecto Norteamérica de Estados Unidos. América Latina es expresión de arraigos seculares y no hay porque, en aras de intereses ajenos, renunciar a esa nuestra propia personalidad histórica.

A este respecto es útil recordar el costo del distanciamiento entre países latinoamericanos por el fracaso de ALALC. Aquel proyecto se esfumó dejando meros acuerdos de complementación vigentes, útiles pero sin la generosa amplitud que inspiró a los que en los sesentas soñábamos con don Rodrigo Gómez y el Dr Raul Prebisch en la unidad latinoamericana, calcada de la Unión Europea que ha sido varias veces mencionada por AMLO como aspiración pendiente de materializarse.

Los tiempos cambian y en lugar de simples integraciones de procesos industriales o complementaciones estacionales agrícolas el tono de hoy está en integraciones tecnológicas científicas o de servicios de tercera o cuarta generación y aún más allá.

Razón para retomar perspectivas abandonadas en una presentación moderna donde la comunidad cultural delinea perspectivas mucho mayores que las de simples esquemas económicos.

Es por eso que la defensa hoy día del INE y el Tribunal Electoral es de la máxima importancia. El nuevo gobierno que inauguramos en 2025 no ha de limitarse a una sola visión política sino la síntesis de las variadas expresiones de la Democracia que solo en equidad electoral alcanzaremos.

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Escrito en: México, países, relaciones, América

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