EDITORIAL

El tirón definitivo: ante todo, prioridades

JULIO FAESLER

La relación del pueblo con el Gobierno se realiza primariamente a través de los partidos políticos que proponen a la ciudadanía sus proyectos de nación completándolos con programas de acción específica para cada área de la actividad nacional y regional. Lo anterior supone un sistema electoral democrático que asegure que la voluntad popular consensuada llegue a las discusiones parlamentarias para transformarse en ley. Además de todo lo anterior, la responsabilidad de los partidos es vigilar que el Gobierno respete y cumpla con las decisiones aprobadas.

La variedad y complejidad de las demandas populares hacen que el debate parlamentario se desvíe y disperse en asuntos que distraen tiempo y energías en perjuicio del examen y votación de lo más importantes. La proliferación de partidos políticos introduce ese riesgo, por lo que es preferible que las principales opciones ideológicas u operativas se encuentren representadas en un número reducido de partidos.

El funcionamiento de la democracia no significa la división de las fuerzas en adversarios sino una fluida intercomunicación entre las fuerzas políticas para promover el bienestar de la nación y no para obtener ventajas y privilegios de individuos o corporaciones.

En la segunda mitad de cualquier sexenio, y más en la que ahora se inicia, hay que resolver asuntos desatendidos o enderezar acciones equivocadas. Ante todo está la variedad y complejidad de retos como el de salud, que incluye el tema pandemia, el de la pobreza que aumenta con lacerante desigualdad, el desorden en la educación pública y privada incluyendo la ausencia de capacitación general para la actividad productiva y desde luego el rezago de empleo resultado de falta de programación. Todos estos pendientes se han agravado en estos tres años por el insoportable clima de la violencia y la extendida corrupción impune atribuible a la lamentable ineficiencia del Gobierno actual que ha exhibido tolerancia con los culpables.

La pobreza y desigualdad necesitan ser combatidos con esfuerzos de los sectores productivos agrícolas, industriales y de servicios, y en salud y educación. Una inteligente y convincente rectoría del estado es necesaria para evitar desequilibrios de resultados.

La ineficiencia del Gobierno es patente precisamente en los rubros donde más se ha empeñado el actual. La violencia y el control por las mafias de trozos importantes de la geografía nacional se ha incrementado, además de la creciente presencia en sectores productivos que se ve en más del 80 % de nuestras exportaciones en un solo mercado vecino.

El desperdicio de la mayor parte de nuestro arsenal productivo en las pymes, que representan más del 90 % de la fuerza de trabajo nacional, es un lastre que hay que invertir. La falta de empleo y de capacitación que puede remediarse con esquemas "escuela-industria" se pretende remedar con el programa Oportunidades para el Futuro.

La pobreza no solo es la popular sino la de un Gobierno que extrema su empeño por cubrir gastos comprometidos para los programas sociales y los gastos de administración. El costo de proyectos icónicos de productividad altamente cuestionada agravan el panorama.

La inversión más necesaria de todas las que se hacen en la infraestructura productiva económica, y que es la que soporta la actividad de las unidades de producción que dan empleo y derraman salarios que se traducen en demanda regeneradora, es, precisamente, la que falta.

Para el país, víctima de la inopia del Gobierno, la solución no está en seguir con mayor austeridad presupuestal frenando actividades. En Palacio Nacional se busca cómo utilizar los DEG para financiar programas sociales. La penuria oficial inspira proponerle al presidente Biden incluir en su programa de estímulo a Centroamérica "Oportunidades" y "Sembrando el Futuro". En lugar de forzar situaciones sería más directo y práctico obtener los financiamientos internacionales que la Constitución autoriza siempre que sean productivos, para reactivar las miles de unidades de producción hoy paralizadas.

En lo internacional la coyuntura tampoco se presenta fácil. Muchos de los problemas tienen una profunda relación con el cada vez mayor entramado con las estructuras norteamericanas empezando con intercambios comerciales con claros reflejos sociales. El equilibrio entre fuerzas hegemónicas que se presentarán requerirá decisiones muy trascendentes para nuestro perfil de desarrollo económico y político. La relación con América Latina es importante para México como la de tanta antigüedad con Europa, pero es más urgente con Asia y Asia Central. A lo anterior hay que sumar compromisos en materia del cambio climático, temas de seguridad, nuevos modelos económicos y la migración como factor con dinámica propia en la composición de nuestras sociedades del futuro al lado de los de género.

Estamos a tiempo y para el equipo presidencial renovado no hay tiempo que perder. Los asuntos urgen. Más que perder un valioso tiempo en distracciones como consultas sobre el aparato electoral o la preparación de candidatos para el 2024 cuya posibilidades de gestión en mucho dependerán del escenario que hereden, hay que dotar al país de la fuerza que radica en su capacidad de producción económica, para merecer ocupar su lugar en la mesa de decisiones internacionales.

La responsabilidad de los partidos políticos es grave como gestores de los programas de desarrollo que faltan y vigilantes de que en el trienio que comienza no se vuelva a desperdiciar la oportunidad de enderezar lo que se ha desviado.

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Escrito en: Gobierno, tiempo, partidos, programas

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