EDITORIAL

De Política y Cosas Peores

ARMANDO CAMORRA

Noche de bodas. El novio era perito en artes amatorias, o sea eróticas, y bien pronto llevó a su desposada al éxtasis o deliquio pasional. En medio del intenso placer que la recién casada disfrutaba -ganas le dieron de exclamar: “¡Qué rico!”, pero se contuvo, pues su mamá le había dicho que en la cama debía mostrarse siempre digna y pudorosa- le surgió de pronto un escrúpulo que la llevó a preguntar a su galán: “¿Estás seguro, Libidiano, de que esto no está prohibido por la ley o por la moral cristiana?”. El papá le iba a contar un cuento a Rosilita, el equivalente femenino de Pepito. Empezó: “Éstos eran un rey y una reina que sufrían mucho porque no habían podido tener hijos”. “¿Cuál era el problema? -lo interrumpió Rosilita-. ¿La reina era frígida, o el rey padecía disfunción eréctil?”. Don Gerontino, señor de edad madura -por los 70 años andaría-, acudió cierta noche a una casa de asignación, y la madama, marisca o mamasanta, vale decir la mujer que regentaba el establecimiento, le asignó una sexoservidora hábil y de excelentes prendas físicas. Bien debe haber atendido la odalisca a su provecto cliente, porque al final del trance don Gerontino habló con el chulo del lugar. La madama fue a ver qué sucedía. El tipo le informó: “Dice el señor que quiere una igual para llevar”. Asegura un proverbio popular, sabio como todos los proverbios populares: no hay peor ciego que el que no quiere ver. A esa categoría pertenecen, dicho sea con módico respeto, quienes se niegan a reconocer que México está convertido en un Estado dentro de otro Estado. La delincuencia organizada, en efecto, ha construido en estos últimos años un poder similar al del Gobierno desorganizado. Ese poder, paralelo al estatal, ejerce dominio sobre vastas porciones del territorio patrio; cobra impuestos; designa autoridades; impone su brutal justicia; secuestra, extorsiona y asesina impunemente; se coloca por encima de las leyes que a todos nos obligan y al margen de las instituciones en que se finca la vida de la comunidad. No hay un solo mexicano a quien no lesione esa viciosa situación, aunque viva en regiones donde no actúa abiertamente el crimen. En efecto, compramos más caros en el supermercado los frutos que llevamos a nuestra mesa porque sus productores deben pagar tributo a los delincuentes, y eso se refleja en el precio de tales artículos. Así las cosas, todos pagamos impuestos a los dos estados: el de los criminales y el de quienes no los reprimen, antes bien los apapachan y les dejan libre el campo. Cuando exprimas un limón piensa que tú también estás siendo exprimido. Cuando partas un aguacate piensa en lo que les falta -perdón por el modismo del vulgo- a quienes debiendo combatir a los criminales se avienen a gobernar junto con ellos. Pirulina le reclamó a su abuelita: “Me echaste una mentira, abue”. “¿Qué mentira fue ésa?” -se alarmó la señora, que se preciaba de decir frecuentemente la verdad. Respondió Pirulina: “Me dijiste que el mejor camino para llegar al corazón de un hombre es su estómago, y no es cierto”. Don Algón y su socio contrataron a una joven asistente agraciada de rostro y de todo lo demás. Don Algón, solemne y circunspecto, le dijo al socio, que lo escuchaba atento: “Amigo mío: es nuestro deber enseñarle a esa muchacha la diferencia entre el bien y el mal. Tú encárgate de enseñarle el bien”. El señor y la señora fueron al cine a ver una película francesa. En lo más tórrido de una escena tórrida la mujer le preguntó a su esposo: “¿Por qué tú no me haces el amor así?”. Replicó el marido: “A él le pagan”. Un voto por Morena es un voto contra México. FIN.

Escrito en: editoriales columnas señor, todos, quienes, quiere

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