EDITORIAL

Operativos para la paz (II)

JUAN RAMÓN DE LA FUENTE

He tenido la oportunidad de platicar con algunas de las personas que ya han participado en operativos de esta naturaleza. Su perspectiva es refrescante. La experiencia vivida -coinciden- ha sido muy aleccionadora. Encuentro en ellas un genuino deseo de compartir lo aprendido y un dejo de optimismo que viene muy bien. Sobre todo en estos tiempos. Nuestras fuerzas armadas merecen eso y más. Capacitarse lo mejor posible y mostrarse ante el mundo con su compromiso con la paz y su solidaridad internacional. Integrarse plenamente a los proyectos multilaterales de nuestro país, les da orgullo y genera aliento. La paz y la seguridad son prioridades de nuestra política interna y de nuestra política internacional. Quienes contribuyan a ello son bienvenidos.

Si construir la paz en una región con conflictos violentos es una tarea ardua, sostenerla lo es aún más. Recientemente tuve oportunidad de conversar con Mark Durkam, artífice de la negociación para la paz en Irlanda. Fue un proceso lento y oneroso, me comentó. El cese al fuego, que costó mucho, fue solo el principio. Requirió de paciencia y buena política. Vamos, tomó décadas. Lo mismo está ocurriendo en Colombia, donde se avanza bien, pero tomará todavía algunos años más. El saldo es positivo. Enhorabuena. Ahí la participación de la ONU ha sido ante todo política, con algunos observadores militares. La misión la encabeza Carlos Ruiz Massieu, un diplomático mexicano enviado por el secretario general, António Guterres. Lo ha hecho muy bien. Le tienen alta estima.

En suma: la experiencia muestra que el único embate realmente efectivo para una paz sostenible es la ofensiva social de un estado democrático. El apoyo internacional también suele ser importante. Algunos instrumentos de la justicia transicional (la reparación del daño, por ejemplo), pueden jugar un papel interesante. Pero la clave son los programas sociales. Son estos los que pueden corregir, precisamente, las causas estructurales que causaron el conflicto. Un operativo para la paz bien concebido, los debe tener siempre presentes: salud, educación, vivienda, trabajo, transporte, cultura, deporte y, por supuesto, justicia, por mencionar algunos. Con esa perspectiva es fácil entender por qué la pacificación de una región toma tanto tiempo.

Los operativos para la paz de la ONU son un instrumento formidable porque conllevan toda una filosofía distinta para aproximarse a los conflictos violentos y buscar sus posibles soluciones, con una perspectiva de protección de los más vulnerables, sean niños, mujeres, migrantes o refugiados. Pero la pacificación como tal, la paz sostenible, es responsabilidad de todos. Todos debemos ayudar al Estado en esta delicada tarea que, por sus implicaciones, es forzosamente prioritaria. Y ahí hay un gran lugar para las iglesias, los empresarios y las organizaciones sociales. Criticar la ineficiencia del Estado no basta. ¿Cuál es su compromiso? La paz no tiene dueño. La paz debe convocar, no dividir. La indiferencia, la falta de solidaridad es una forma de revictimizar a las víctimas y de abonar a un sistema de vida que perdió el sentido de comunidad.

Pienso que todos tenemos algo que aprender de estos operativos para la paz. La violencia, vista como una enfermedad social, conlleva elementos que son comunes, más allá de sus causas diversas y sus contextos disímbolos. Siempre será mejor compartir que aislare. Es preferible colaborar que disimular. Tal, es el sentido del multilateralismo. La mejor manera de defenderlo, más allá de los discursos, es en los hechos. Hay que reconocer los vínculos entre la paz y la seguridad, los derechos humanos y el desarrollo sostenible, y actuar en consecuencia. Frente a los problemas compartidos, lo mejor es identificar las oportunidades comunes. Los operativos para la paz son una de ellas.

Escrito en: operativos, estos, más., perspectiva

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