EDITORIAL

La tarea es pensar y enseñar a pensar

LUZ ELENA CABRERA CUARÓN

Puedo decir que por vocación profesional decidí estudiar filosofía. Fue en los 70 que fui aceptada para realizar mis estudios en la Facultad de Filosofía y Letras. El prestigio y fama internacional que caracterizaba la historia y presencia de esta facultad entre las facultades de la UNAM merecía los más amplios reconocimientos en el campo de las Humanidades y de las Artes. Claro que esas consideraciones a los ojos de un estudiante cubren un objeto similar a la misión de los prefacios publicados para obras diversas, dicen lo grande y maravilloso de lo contenido en un tratado, que permanece como un umbral de referencias con dichos generales que si acaso intimidan a los novatos pupilos de primer semestre con la duda de ser y estar debidos.

La duda será la semilla en la que bordará el espíritu de ese núcleo de los inscritos en la carrera de filosofía que perdurarán a lo largo de los semestres de estudio. Otros compañeros del primer ingreso, ya traspuesto el primero o segundo semestres, redefinirían sus caminos académicos o emigrarían a otros quehaceres.

El tránsito a la universidad es una circunstancia determinante para cualquiera pues es el inicio de un proceso hacia el conocimiento en forma que exige al estudiante, junto con su innovada libertad, la organización personal, el estudio individual y la incursión en grupos de trabajo.

En suma, la UNAM abre los caminos a una socialización entre compañeros de diversas procedencias, creencias y visiones del mundo, con lo que contribuye a consolidar un sentimiento identitario mexicano. Este espacio de la conciencia individual y en conjunto contribuía a la formación de una ciudadanía plural, diversa y tolerante.

Por la duda llegamos al pensamiento. Llegamos a la carrera de filosofía para pensar, para aprender a pensar de los maestros que bien enseñaban por convicción y compromiso a que desarrolláramos nuestra capacidad de pensar. En ello su apoyo era la estructura del currículo para nuestra formación.

La estructura y secuencia de las materias en esos años llevaban a una buena profundización de los temas presentes, de los extraídos de la historia de la filosofía o bien de filósofos en particular. El currículo había sido diseñado para brindar al estudiante una complementariedad que abonaba a la profundización. Los estudiantes en mi generación teníamos una autonomía bastante amplia que nos permitía la libre elección, dentro de las materias seriadas de alternativas de elección entre el cuerpo docente de la escuela. Los maestros con mayor o menor entusiasmo y convicción buscaban despertar en sus estudiantes una más amplia iniciativa de emprendimiento para debatir sobre posturas y tesis diversas de los autores o épocas en estudio.

En los 70 la mayor parte de los estudiantes matriculados en la carrera de filosofía, y supongo que en todas las carreras universitarias, procedíamos de una formación básica y media superior más bien tradicionales, lo que traía como consecuencia una cierta resistencia a abandonar el pupitre de la conformidad y silencio a disentir. Mecanismos bien imbuidos desde el hogar y la educación formal básica.

Ahora, aquí en la Facultad de Filosofía y Letras, en la carrera de filosofía se abrían caminos para la participación en sus diversas expresiones, tanto para cuestionar, discrepar, alternar temáticas o bien reforzar una exposición dada. Estas vías de participación podían ser de libre acceso o bien fuéramos empujados por los propios compañeros o por los maestros. Empezamos a incursionar en los terrenos de la participación intelectual para superar una especie de tara de la educación previa en la comunicación oral y escrita. Esto en algunos compañeros era un mayor obstáculo a superar.

En el ambiente dentro y fuera de las aulas privaba el respeto al compañero y al trabajo en equipo, si bien no se prescindía de la crítica respetuosa ante visiones diferentes y con ello se fortalecía la conciencia crítica. Ello era un mérito claro de la conducción de las cátedras por los maestros que provenían también de esferas, formaciones y hasta nacionalidades diferentes. Todos compartían una razón de respeto a sí mismos y al otro, nunca la imposición de una postura propia. Todavía en mi generación tuvimos el privilegio de haber tenido maestros de gran cultura general y de conocimientos muy especializados de las materias que impartían. Esta experiencia que ofrece la UNAM en distintas facultades, en la licenciatura, así como en estudios de posgrado, constituyen una experiencia muy enriquecedora, cuya huella nos acompaña a lo largo de nuestra vida y desarrollo profesional, en el ámbito cualquiera de nuestra elección.

Sin menosprecio alguno de los grandes maestros que han sido pilares del conocimiento y de la formación profesional en el universo académico de la UNAM, en los 70, en la licenciatura de filosofía fue mi privilegio haber sido alumna (los enuncio en el orden de la memoria que no es el orden de la huella ni de su importancia) de Ricardo Guerra, Alberto Híjar, Carlos Pereyra, Carlos Pereda, Concepción Christlieb, Rosa Krause, Leopoldo Zea, Jaime Labastida, Juliana González, Margarita Valdés, Enrique Villanueva, José Antonio Robles, Ramón Xirau, Eduardo Nicol, Adolfo Sánchez Vázquez y Bolívar Echeverría, entre otros destacados académicos. Con estos maestros pude, igual que otros compañeros, establecer relaciones maestro/alumna que pasaban de ese ámbito y entraban en relación académica más cercana.

Por vocación profesional elegí el camino de la filosofía que, circunstancias diversas personales, en el camino de mi historia de vida me obligaron a sólo perseverar la reflexión filosófica en forma lateral a mi ocupación profesional. Esto es el resultado de una de las etapas más ricas y de mayor reto que he vivido. La UNAM, la Facultad de Filosofía y Letras y la carrera de filosofía representan para mí uno de mis tesoros más preciados. Al pasar de los años, mis dos hijos estudiaron en la UNAM, uno derecho y la otra, biología. Ambos son ahora exitosos profesionistas en los ámbitos jurídico y taxonómico vegetal. Cuando mi hijo estudió derecho, no se tenía el instrumento de las becas que ofrece Fundación UNAM. Mi hija sí fue beneficiaria de ese programa en su licenciatura. Tenemos mucho que agradecer a la UNAM.

Las circunstancias en mi vida con las que pude mantener y ampliar, aunque no en forma de dedicación profesional, la reflexión filosófica en cada quehacer emprendido, me han brindado múltiples oportunidades de crecimiento y compromiso social. Dicen que hay caminos en el vivir que se nos abren sorpresivamente, de forma casual o por coincidencia, sin embargo, diría Carl Gustav Jung, que la casualidad, la coincidencia, no existe, sino que todo es parte de un proceso. Existen sí las casualidades significativas, las que son pronas para derivar en coincidencias significativas.

Una coincidencia o casualidad significativa en mi vida profesional la ha constituido esta especie de giro elíptico dentro del cual se reúnen en sincronicidad dos sucesos de múltiples aristas, cuyo contenido similar logra entrar en relación en mi desempeño laboral. En Jung, el término de sincronicidad se refiere a la simultaneidad entre dos sucesos que se vinculan por el sentido, pero no de manera casual. Aquí entran en sincronicidad diversos aspectos de mi sitio de trabajo que se vinculan en forma incluyente entre rasgos de las misiones y visiones fundacionales tanto de la Fundación Miguel Alemán A.C. y la Fundación UNAM A.C. Aparentemente en forma casual, en mi pasado la FUNAM tuvo un impacto en nuestra vida familiar al haber sido disparador del alto desempeño profesional de la formación de licenciatura en biología de mi hija.

Misiones de filantropía, compromiso social, inversión de ética democrática para contribuir a los retos nacionales, sumar peldaños a la prosperidad incluyente. Tal es la sincronicidad desde mi asiento en la Fundación Miguel Alemán A.C. y sus programas institucionales y la estrecha colaboración para superar desde una filantropía los vasos comunicantes del objeto filantrópico de la Fundación UNAM A.C.

Escrito en: filosofía, maestros, Fundación, nuestra

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